El CARNAVAL DE BARRANQUILLA: HORA DE UNA REVISIÓN TEÓRICO-CONCEPTUAL
Leonardo Gutiérrez Berdejo.
Hace algún tiempo, en un ensayo sobre el Carnaval de Barranquilla[1] recogía, quien esto escribe, algunas impresiones socio-culturales para señalar aspectos que no se evidenciaban con claridad en lo que regularmente se informa o se maneja sobre tal festividad. Anotaba, en ese entonces, partiendo de una concepción generalizada, que nNada hay tan numeroso y abundante en la sociedad colombiana como las celebraciones. Entre las más notorias y célebres, se observan aquellas de carácter colectivo, en las que se destacan las fiestas. Estas, tienen su origen religioso, profano y patriótico. Son las fiestas, las que mezclan en sus manifestaciones numerosos elementos propios de la identidad colectiva, de la cultura, del folclor, de las creencias y mitos, de imaginarios y miedos y de todo aquello que caracteriza, identifica y reafirma el grupo social.
Dentro de las fiestas de carácter profano, una de las festividades más importantes y célebres lo constituye, sin duda alguna, el carnaval. Como cualquier fenómeno folclórico, el carnaval es una manifestación de carácter popular y colectivo en el que se busca la satisfacción de carencias y necesidades psicológicas, sexuales, sociales, etc. Como se conoce, el carnaval ha estado presente en muchos calendarios de los pueblos, pero su carácter moderno está fuertemente ligado e influenciado por el pensamiento cristiano a pesar de que en su celebración coincidan rasgos de las festividades celebradas a los dioses Cronos y Dionisio en la antigua Grecia, llamadas kronias y dionisíacas y de las saturnales y bacanales, en Roma.
Sir George Frazer, en su obra La Rama Dorada, describe la más famosa época del libertinaje que se realizaba en las saturnales, en cuyas celebraciones el amo concedía licencias a su esclavo y este hasta podía injuriarlo, sin que aquel le dirigiera un solo reproche por aquello que, en cualquier otra época del año, le hubiera significado, si no la prisión, al menos un castigo severo y cruel. Los bacanales, los saturnales y las lupercales, fueron fiestas que terminaron siendo celebraciones caracterizadas por el desorden y el sarcasmo. Su influjo fue de tal magnitud que se extendió a España, Italia y Galia. Julio Caro Baroja, ha demostrado en su obra El Carnaval, las sorprendentes semejanzas existentes entre las saturnales romanas y el carnaval de los pueblos de origen latino.
En nuestro país, son muchas las poblaciones que celebran estas fiestas, sin embargo, son los carnavales de Barranquilla los que, por su resonancia, repercusión y sonoridad, gozan de mayor prestigio a nivel nacional e internacional.
Sobre el Carnaval de Barranquilla, se ha dicho o, se ha querido decir mucho. Así por ejemplo, hay quienes afirman que “no hay nada igual en Colombia, ni siquiera, algo que se le parezca, en cuanto a despliegue de espontaneidad, folclor, imaginación y regocijo colectivo se refiere, basadas todas estas expresiones populares en los ancestros y las costumbres de un pueblo, noble y alegre como ninguno” [2]. Durante los cuatro días anteriores al Miércoles de Ceniza, la ciudad entera se transforma, “se vuelve loca”, afirman unos, “se paraliza, dicen otros, para dar paso a las celebraciones que según el parecer de muchos constituyen la mejor prueba de la madurez cultural de nuestro pueblo que, a diferencia de otros, canta, baila, bebe y se divierte en grandes muchedumbres durante cuatro días delirantes, sin dejar de ser el pueblo más pacífico del mundo”[3].
A su propio origen, tal como el de la creación de la ciudad, se le ha querido dar un aire de imprecisión e incertidumbre para, a su vez, rodearlo de cierto misterio. Nadie lo sabe. No obstante, la mayor parte de los autores están de acuerdo en afirmar que hace más de ciento setenta años se vienen celebrando en forma ininterrumpida. Su expresión ritual parece reafirmar la vigencia de la espontaneidad y autenticidad de las manifestaciones ligadas al alma popular y en ello se conjuga y exhibe al tiempo, con intensidad y musicalidad sin límites, el lenguaje del color y del folclor, el encanto de la música y la magia de la danza. Mucho más allá de esto, se afirma en editoriales de periódicos locales que las fiestas del Carnaval (en plural) de Barranquilla “son las más sanas, democráticas y pacíficas de todo el país”.
Sin embargo, con las transformaciones presentadas en la sociedad en el campo socioeconómico y tecnológico y con la profundización del modo de producción vigente basado, entre otras cosas en la inserción mundial de la economía colombiana y un poco después del momento crucial en el que la región ha sido sacudida con inusitada fuerza por el flagelo de la violencia, el narcotráfico y la corrupción, me pregunto si todo lo que se ha afirmado sobre el Carnaval de Barranquilla y otras fiestas, continúa siendo válido. Es indudable que varios interrogantes surgen después de ver pasar (¿o sigue pasando?) la elevada cresta de esta ola negra de violencia, y corrupción en la región. Un primer interrogante surge al observar los altos índices de criminalidad y los innumerables hechos de corrupción acontecidos en la ciudad de Barranquilla y a todo lo largo y ancho de la Costa Atlántica por la presencia y accionar violento de grupos paramilitares con vínculos estrechos a muchos políticos y funcionarios públicos.
La escueta realidad socioeconómica que padece gran parte de la población costeña y puesta al desnudo por la tragedia de las inundaciones, nos hace dudar sobre el carácter mismo del carnaval para no hablar de los dos tipos de lenguajes que se utilizan sobre el tiempo de carnaval: el destinado a la masa, al pueblo que no necesita ser procesado y el secreto o subterráneo de los organizadores o de quienes dirigen, con el que se logran los acuerdos. De nuevo, me pregunto, al conocer estos hechos, si estos dos sucesos iniciales citados reafirman o invalidan algunas de las tantas afirmaciones que a común se hacen sobre la naturaleza, orientación y organización de estas fiestas y de otras más de la región o, por el contrario, es hora de poner ya en discusión el verdadero carácter de control social que estas celebraciones anuales implican, al enmascarar una triste realidad de miseria, desamparo y desolación generalizada en la región.
De otra parte, con frecuencia, la élite empresarial del país anota sobre el potencial exportador de la Costa y, entonces cabe preguntarse, si es cierto o no que la ciudad (región) pueda darse el lujo de paralizarse en tiempos de carnaval o si es una muestra de madurez cultural el que un pueblo cante, baile, bebe y se divierte en grandes muchedumbres durante cuatro días delirantes aún en la plenitud de la tristeza y el dolor y a flor de piel por los miles de personas asesinadas y desaparecidas por los violentos. O, más aún, será válido afirmar hoy que el costeño siga siendo el pueblo más pacífico del mundo, después de haberse conocido, de boca de los propios autores, la comisión de tantas masacres, genocidios y actos de barbarie por unos salvajes que al contar con el apoyo de “connotados” políticos obraron contra cientos de sindicalistas, campesinos y dirigentes obreros y populares de la región.
Con frecuencia he tratado de escudriñar en el verdadero significado de que “las fiestas de carnaval, de Barranquilla, son las más sanas, democráticas y pacíficas de todo el país”. Conocido de tiempo atrás, las numerosas trampas y artimañas electorales que se han venido dando a favor de unos candidatos y sorprendido por las altas sumas invertidas en una campaña electoral en esta región, harta dificultad le cuesta a cualquiera creer que estas fiestas sean las más democráticas del mundo, cuando ni siquiera las propias elecciones a corporaciones públicas son un ejemplo de limpieza y de higiene política.
Se presencia con bastante nitidez y es indudable hoy, en la hora presente, la encarnizada lucha de una vieja cultura agonizante representada por el alma y el sentir popular de las danzas, tradiciones, caña de millo, disfraces y coros que en su lenguaje reclama cambios y una nueva cultura representada por la “moderna” orientación y organización que se le viene dando a estas fiestas que impone cambios para acomodarla a las nuevas circunstancias reinantes del modo de producción.
Al final de todo esto, estimo conveniente para los académicos, los intelectuales y estudiosos y para la población costeña en general que se depuren las convenciones, paradigmas teóricos – conceptuales y los códigos literarios vigentes que pesan sobre tales celebraciones para que se abra un nuevo escenario de análisis, como una manera propicia para la apertura de espacios hacia la convivencia, la paz, el progreso y a favor de una democracia cierta para una región sumida en el atraso, la incertidumbre y la desesperación.
A
Leonardo Gutiérrez Berdejo
[1] Gutiérrez Berdejo, Leonardo. El Carnaval de Barranquilla: Ritual de Acción y de Control. Bogotá, 1983.
[2] El Heraldo, Notas al margen. Viva el Carnaval!. Sábado 3 de marzo de 1984. Pág. 3-A.
[3] El Heraldo, Editorial, Sábado 3 de marzo de 1984. Pág. 3