El Mediterráneo: entre el placer y la tragedia
Leonardo Gutiérrez Berdejo. TEGGM
Una cosa es saber que el Mediterráneo es un concepto geográfico y cultural y una extensión del Océano Atlántico. Otra, muy distinta, es pensar que este mar, único por su forma y escenario de tantas historias, que van desde la mitológico hasta lo económico y lo geopolítico, continúe siendo hoy un destino de sueños y de realidades trágicas que parecen arrancadas de un maremágnum dramático y de sueños a la vez.
Historias, mitos, sueños, dramas y realidades geopolíticas se conjugan al unísono en este mar como un sino etéreo y subliminal o, tal vez, como una sentencia trágica que golpea el pensamiento de quienes se encuentran en el centro de este conjunto. A lo anterior, ¿quién no ha soñado en viajar en un crucero lujoso recorriendo las aguas milenarias de este mar que, en su momento, fue el paso que habría de transformar el mundo? O, ¿quién ,por el contrario, no se ha sentido conmovido por el drama de miles y miles de inmigrantes que buscan en el lado occidental algún sosiego a su desesperada situación? Para cualquier persona, dadas las circunstancias que a diario se viven en este mar, no resulta difícil imaginar los escenarios contradictorios de esta realidad.
El Mediterráneo no es sólo el segundo mar interior más grande del mundo, después del Caribe, sino que es único por su configuración geográfica que acoge cuatro grandes penínsulas: Ibérica, Itálica, Balcánica, en Europa, y la de Anatolia en Asia. A su vez, acoge otros mares interiores, tales como: el Baleárico, Tirreno, Adriático, Jónico, Egeo, y Negro. De este modo, el Mediterráneo comunica el Atlántico con Asia a través del mar Negro y el Mar Rojo a través del Canal de Suez. Europa, Asia y norte de África, unidos a través de un mar legendario y excepcional.
El Mediterráneo alberga múltiples islas y archipiélagos, algunos mayores, como los de gran tamaño: Baleares, Córcega, Cerdeña, Sicilia, Creta y Chipre. Otras, menores: Alborán, Chafarinas, Columbretes, Elba, Malta, Pantellería, Dalmacia, Jónicas, Itaca, Cícladas, Lesbos, Rodas, Dodecanesso, cada una de ellas con sus propias historias y leyendas. El Mediterráneo y su cuenca es la región del olivo y de los cereales y fue el escenario de los primeros descubrimientos geográficos, simultáneos al origen de la navegación marítima.
Este mar, es también historia. Una historia que articula al antiguo Egipto, Israel y Fenicia y a Grecia y Roma, civilizaciones éstas que llegaron a convertir al Mediterráneo en el Mare Nostrum. La irrupción del Islam significó, en cierto modo, la ruptura de la unidad, pero lo admirable de esta irrupción fue que la actividad del intercambio comercial se mantuvo siempre viva y dinámica entre las diferentes ciudades, a pesar de todo.
Ya en la edad media, los matemáticos árabes lograron aportar la verdadera magnitud del Mediterráneo (2.5 millones de kilómetros cuadrados) y en épocas posteriores, fue el camino de la extensión de la civilización occidental hacia América y a todo el mundo a través de la Revolución Industrial y el colonialismo. Estos hechos dieron como resultado el cambio de eje del Mediterráneo al Atlántico, lo que se evidenció con mayor fuerza y visión a partir de la crisis del siglo XVII.
La obra de Fernand Braudel (Fr.1902-1985) representó un avance significativo en el conocimiento del Mediterráneo al explicar diferentes hechos políticos, culturales y económicos de la Europa del siglo XVI y caracterizó las sociedades mediterráneas en una perspectiva global formada a lo largo de los siglos con aspectos sociales que se extendieron a muchas generaciones y les definieron características específicas. Braudel designó el Mediterráneo como una llanura líquida y la comparó con el desierto del Sahara, al que caracterizó como un entorno vivo.
Miles y miles de años de geografía, de historia y de cultura llevan a uno a pensar si, realmente, unos cuantos días de placentero crucero, como los que suelen realizarse a diario, alcanzan para asimilar todo lo que encierra este legendario y único mar que un día vio navegar sobre sus aguas la expedición que daría como resultado el descubrimiento de América, hecho éste que dio lugar, paradójicamente, a la pérdida o desplazamiento de su importancia hacia otro lugar del Atlántico.
Mientras se asimila esto, invito a pensar por un momento en los miles y miles de personas, provenientes de diferentes lugares del norte de África, especialmente de Irak y Siria, que se han atrevido a cruzarlo en las condiciones más inseguras para buscar un mundo mejor, al otro lado, en Europa. Muchos de estos inmigrantes, por las condiciones del viaje, han encontrado en este mar su tumba y quienes han logrado alcanzar la otra orilla en países tales como España, Italia, Francia, Alemania y Grecia, han visto también pisoteada de una manera brutal su dignidad por la intolerancia de algunos que dan muestra de desconocer lo que este mar significó y aportó para el auge y el poderío del que llegaría a gozar Europa en épocas posteriores -y aún hoy- cuando la luz, las matemáticas y los dioses aún no había llegado a Occidente y las fuentes de las riquezas, del conocimiento y de la cultura se encontraban allende el Mediterráneo: en Oriente.
Por lo pronto, mientras la leyenda y la tragedia, al lado del placer y el drama, se juntan en una extraña simbiosis en las aguas de este maravilloso mar, el descanso placentero y de ensoñación de miles y miles de turistas de la Europa nórdica y de muchos otros lugares del mundo, en sus acogedoras y cálidas playas, continúa avivando la economía de los paises mediterráneos, de espaldas a una realidad que debería sacudir la sensibilidad de una dirigencia política, económica y religiosa que presume de democrática y de defender el respeto de los derechos humanos.
Nota: Palabras: 961. Caracteres (sin espacio) 4.900. Con espacio: 5889. Párrafos: 13. Líneas: 77.