Obligado propósito de lectura para 2018.
Archivos Mensuales: enero 2018
Tomado de Universo de letras
Era un cinco de enero, un día que aunque un poco frío, pintaba bonito, papá y mamá salieron desde muy temprano, yo me quedé a cargo de mis dos hermanitos, el día resultaba muy largo, y la espera desesperada. Esperaba a mis padres ya cansada de cuidar a mis hermanos traviesos, pero esperaba a alguien más, con mucha ilusión, y es que era ya el cinco del primer mes, y ya quería que la noche llegara pronto.
Durante el día mis hermanos y yo, limpiamos lo más que pudimos nuestro humilde calzado, buscamos un buen recipiente para llenarlo de agua para el camello, con algunas monedas fuimos a la tiendita de la esquina y compramos cacahuates para ponerle al elefante, y a la chivita de la casa la privamos de un poco de su alfalfa para obsequiar al caballo que seguramente venía hambriento. Cuando por fin regresaron nuestros padres, les contamos todo lo que hicimos durante su ausencia, mi hermanito tomó de la mano a papá y lo llevó hasta donde estaba todo lo que teníamos preparado para recibir a los Reyes Magos, él entusiasmado nos dijo que seguramente los Reyes llegarían cargados de regalos porque éramos niños buenos y obedientes.
Después de tomar café con galletas de animalitos, mamá con mucho amor nos preparó para dormir, a cada uno nos acostó en la cama que ocupábamos los tres hermanos y después de darnos un beso a cada uno, se retiró también a descansar al lado de papá.
Pasaron las horas y yo no podía dormir, daba vueltas y vueltas en la cama, hacía frío y recordaba además la recomendación de mi madre: ¡Duérmanse pronto si no los Reyes no llegarán!
¿Pero por qué no podía dormir? Quería ver a los reyes magos, tenía cerca de ocho años y las dudas me asaltaban, de pronto escuché algunos ruidos, murmullos muy cerca de la casa, los ladridos de los perros de pronto cesaron, ¿acaso con magia los reyes los callaron?
Tuve la intención de levantarme, pero algo me dijo que no lo hiciera, se escuchaban pasos dentro de la casa, entonces me cubrí con la vieja cobija y quise ver por un agujero lo que sucedía. Algo mágico sucedió en ese instante, cerré los ojos y logré percibir que alguien se acercó a nuestra cama, sentí como arropó a mis hermanos y lo más maravilloso, escuché que me dijo muy quedito: -Continúa siendo niña buena y dejó en mi mejilla un tierno beso, logré percibir su suave barba, era él, uno de los reyes magos.
Después de eso quedé profundamente dormida y apenas amanecía cuando mi hermanito, se levantó gritando, vengan, vengan, ¡llegaron los reyes magos y miren lo que nos dejaron!
No era sorpresa para mí, los escuché llegar, sentí aquél beso, el mismo que sentía cada vez que mi padre me acariciaba con cariño, cuando me consolaba o cuando fue mi cómplice en algo y me despedía con la misma calidez.
Año con año se repitió mientras fuimos niños y hasta que mi padre fue llamado a la presencia del creador.
Te amo papá, siempre hiciste magia para mi, me hechizaste con tus palabras de amor filial y lograste hacer de mi la mujer que soy.
Hasta siempre mi rey mago.
Cuento editado del original 2014.
D.R. Liaazhny
05/01/2017
Mitos y leyendas de México
Leyendas urbanas
El billete de doscientos pesos
La leyenda que relataremos sucedió en el estado de Yucatán, justamente en la Ciudad de Mérida. Se dice que atrás del Palacio Municipal, edificio sito en el poniente de la Plaza Principal, construido en 1736, se aparece, por la noche, una muchacha muy bella y joven. Es alta, delgada y con el negro cabello que le llega a la cintura. Su color es blanco pálido. Siempre se la ve llevando una caja, donde guarda sus pertenecías y un rozagante ramo de hermosas flores que parecen como recién cortadas.
Una cierta noche, Joaquín, uno de los cocheros que maneja una calesa de alquiler, se encontraba parado junto a la acera, en espera de algún cliente que solicitara sus servicios, a pesar de ser ya bastante entrada la noche. Empezaba a aburrirse de la espera, cuando se dio cuenta que una joven se acercaba a la calesa con el propósito de abordarla. Inmediatamente Joaquín se despabiló e invitó a la dama a subirse. Una vez sentada en el asiento y colocada la caja que llevaba en el suelo, la mujer le indicó a Joaquín que la llevase a la Colonia Rosario. Aunque la tal colonia se encontraba un poco lejos, Joaquín no vaciló en lleva a la joven a la dirección que le pedía ir, pues el día había sido bastante flojo.
Al llegar a la dirección indicada, la pasajera descendió y le pagó a Joaquín con un billete de doscientos pesos. Como la dejada solo requería de ciento diez pesos, Joaquín le dijo a la mujer que no tenía cambio. Pero ella respondió que no se preocupara que guardara el billete, y que volviese al día siguiente a buscarla para realizar otro viaje.
Sí lo hizo el cochero, se alejó para volver a su sitio atrás del Palacio Municipal, aun cuando ya no pensaba quedarse por mucho tiempo. Al día siguiente Joaquín regresó a la Colonia Rosario, con el fin de recoger a la pasajera nocturna. Tocó a la puerta, esperó un momento al cabo del cual le abrió una mujer de mediana edad vestida de negro y con el rostro demacrado. Al ver a Joaquín le pregunto lo que deseaba. El hombre respondió que venía a recoger a una mujer a la cual había llevado la noche pasada. La mujer de negro se extrañó y le contestó que ahí no vivía ninguna chica. Joaquín, desconcertado, le describió a la dama la figura de la pasajera. Ante su asombró la mujer comenzó a llorar. Cuando estuvo más calmada, le explicó que se trataba de su hija, pero que ésta había fallecido hacía un año, a raíz de la muerte de su hermano a quien idolatraba y cuya desaparición no había podido soportar.
Muerto de miedo, Joaquín se retiró, al subir en la calesa, metió la mano en su bolsillo para sacar el billete de doscientos pesos. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta que el famoso billete era una simple hoja de papel blanco!
Sonia Iglesias y Cabrera
Libros: «Su muerte, gracias»
Abel Amutxategi
Su muerte, gracias
Colección Cumulus nimbus
Mecenas, colaboradores y toda una comunidad de incondicionales dieron su apoyo a este proyecto para que ahora tú, lector, puedas tenerlo en tus manos.
Sobre el libro
Mitos y leyendas mexicanas
Las mujeres de Emiliano Zapata. Leyenda revolucionaria.
Por los campos de Morelos
Se escucha cantar al viento.
Un canto que no envejece,
Un canto que se hace eterno;
Emiliano está en los cerros,
Emiliano no se ha muerto.
Fragmento del corrido a zapata, de Paco Chanona
Es innegable que Emiliano Zapata fue un hombre guapo, carismático, interesante y, según la leyenda, sumamente mujeriego, aunque parecer ser que siempre regresaba a su primer amor: doña Inesita. Emiliano nació en Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto de 1879, y murió, cruelmente asesinado, en Chinameca un 10 de abril de 1919. Nació en una familia campesina; su padre se llamaba don Gabriel Zapata y su madre doña Cleofás Salazar. Este hombre, el más importante de los caudillos de la Revolución Mexicana que estuvo al mando del glorioso Ejército Libertador del Sur, de niño fue educado por un viejo profesor, ex soldado juarista, de nombre Emilio Vera. De muy joven trabajó como labrador y arriero, para poco después ser llevado a la fuerza por la leva, por haber raptado a la muchachita: Inés Alfaro Aguilar. En 1910, se encontraba en el 9° Regimiento de Caballería en la ciudad de Cuernavaca, Mor., como caballerango del jefe del Estado Mayor de Porfirio Díaz, don Pablo Escandón. Más adelante pasó a servir a Ignacio de la Torre, yerno del tirano Díaz.
En 1909, Emiliano fue elegido calpuleque, jefe, de la junta que defendía las tierras de Anenecuilco, cargo que le permitió estudiar los documentos que acreditaban el derecho de los pueblos de la comarca a las tierras de la zona, y que la Ley Lerdo, promulgada por Ignacio Comonfot, había negado y rechazado. Desde entonces, se convirtió en líder agrarista pro defensa de los derechos de los campesinos a la tierra: “Tierra y Libertad” fue su lema. El 10 de marzo de 1911, tras una plática de Pablo Torres Burgos con Francisco I. Madero, en los Estados Unidos, Emiliano tomó las armas junto con otros 72 campesinos, bajo la proclama el Plan de San Luis. Emiliano acababa de entrar de lleno en la Revolución.
Emiliano Zapata tuvo nueve “esposas”. La primera fue Inés Alfaro Aguilar con la que procreó a Guadalupe, Nicolás, nacido en la Villa de Ayala, Morelos el 6 de diciembre de 1904 y fallecido el 17 de agosto de 1979 en la ciudad de México; Juan, Ponciano, y María Elena, de los que se ignoran los datos de su nacimiento y muerte. Inés fue una joven morena, dulce, resignada, que siempre perdonó a Emiliano sus infidelidades con otras mujeres, no en vano era mujer de la época y campesina de nacimiento.
La segunda mujer de don Emiliano se llamó Josefa Espejo Sánchez (foto), natural de San Miguel de Anenecuilco, nacida el miércoles 19 de marzo de 1879, hija de Fidencio Espejo Avelar y Guadalupe Sánchez Merino. Josefa pertenecía a una familia de hacendados porfiristas de dinero y poder político, cuya casa estaba situada en el Camino Real que llevaba a la Villa de Ayala, al pie del cerro El Mirador y frente al canal de Los Tomases. Josefa tuvo una infancia feliz, mimada y llena de satisfacciones; con una preparación religiosa muy rigurosa como era costumbre dentro de las familias acomodadas de la época, y con aprendizaje de la lectura y escritura a cargo de su profesora María de Jesús Rivera, a más de la obligada preparación en las tareas del hogar. Todo era tranquilidad y paz en el hogar hasta que la “niña” Josefa conoció y se enamoró de Zapata. El padre no aceptaba el romance de su hija con un gañán desprovisto de dinero y de clase social inadecuada; además de ser contrario a don Porfirio Díaz. Según afirman varios testimonio, el padre amonestaba a Josefa con estas palabras: -¡Emiliano no te conviene; es un verdadero barrendero, jugador, mujeriego que no tiene ni burro que montar! Pero nada pudo detener el amor de la pareja, y valiéndose de mil excusas lograban cartearse con la complicidad de un amigo del caudillo. Cuando la chica iba a lavar vasijas en el agua del apantle de los Tomases, Emiliano, acompañado de tal amigo, colocaba una carta en el sombrero el cual dejaba caer al agua, para que su amada pudiese recogerlo unos metros más adelante y apoderarse de la misiva. O bien, por la noche Emiliano silbaba y ponía a su caballo a correr a todo galope, así Josefa se enteraba que al día siguiente debía recoger un mensaje bajo una piedra del tecorral, el muro pequeño de rocas apiladas, que sólo ellos conocían.
Las condiciones del noviazgo mejoraron cuando la familia se trasladó a la Villa de Ayala en el año de 1909. Entonces Emiliano llegó al atrevimiento de llevarle serenata a su novia. Cuando murió don Fidencio, el padre de Inés, los novios clandestinos se casaron en el mes de agosto de 1911 en la Parroquia de San José de la Villa de Ayala. El vestido de novia lo diseño la señora Olaya Naranjo de San Pedro Apatlaco, y el fotógrafo fue el señor Salvador Medina. Ni que decir tiene que la boda llevó al rompimiento con las familias porfiristas de la región, quienes nunca perdonaron a los Espejo el haber emparentado con un revolucionario de “mala muerte”. Los padrinos de la boda fueron Francisco I. Madero y su esposa Sara Pérez de Madero, quienes obsequiaron a Josefa con un camafeo de oro y coral, y aretes a juego. El banquete de bodas consistió en frijoles y arroz, y estuvo amenizado con bandas de música de viento. Según cuenta la leyenda, Emiliano pidió a Josefa que no usara el vestido de novia que era un tanto cuanto lujoso, y que en su lugar se pusiese un vestido de percal de los usados por las campesinas. Del matrimonio nacieron Felipe, el primogénito, fallecido a los tres años a causa de la mordida de una víbora del cascabel en el cerro del Jilguero, cuando sus padres, por razones políticas, se ocultaban en él. La segunda hija se llamó Josefa, quien nació en Tlaltizapán, y murió a causa de la picadura de alacrán. Josefa perdió a sus dos hijos y siempre vivió en un continuo temor de ser asesinada en manos de Victoriano Huerta, el presidente golpista, o por Venustiano Carranza, quien en su afán de dañar al Caudillo del Sur, hizo presas a la madre de Josefa, doña Guadalupe Sánchez, y a sus hermanas Félix, Juana e Ignacia; así como a su sobrino Ángel, y a su tía Gabriela Espejo.
Al morir Zapata, Josefa fue conocida como La Generala, quien encontró la muerte el 8 de agosto de 1968, en su casa de la Villa de Ayala. Fue la única esposa legal de Emiliano Zapata, reconocida oficialmente el 1° de diciembre de 1934 por el general lázaro Cárdenas del Río en su protesta como presidente de la República.
A más de Josefa, el enamoradizo Emiliano Zapata, tuvo amoríos con Margarita Sáenz Ugalde (Yautepec, Mor. 1899-México, 1974), Petra Portillo Torres, María de Jesús Pérez Caballero, Georgina Piñeiro, Gregoria Zúñiga, Matilde Vázquez, y Luz Zúñiga, con quien no tuvo hijos. Zapata tuvo en total 16 hijos habidos de sus famosos y legandarios amoríos.
Sonia Iglesias y Cabrera