Fiesta en la playa


Un capítulo de mi novela La Cumbre y el círculo del fuego

40. Fiesta en la playa

Todo está listo para la fiesta. La tarde es soleada. Desde el lugar del malecón de El Castillo en el que estamos Rosario, Armando, Jacinto y Omairo y yo, escuchamos el canto bravío de las olas que impetuosas se acercan a la playa. Llegan, la acarician y se retiran, igual a como llegaron. Se alejan hacia el horizonte repleto de rayos iluminados y hambrientas de soledad. Vienen ruidosas, se marchan silenciosas. Nos encontramos bajo una inmensa carpa protegidos del ardiente sol de la tarde.

Hacía el lado opuesto del mar y del malecón se extiende Gambote. Puede verse envuelta en el amarillo de la tarde y en el susurro de los amantes que se pasean por las calles llenas de sombras, parece a la vez una heroína arrogante y sumisa, vencedora y vencida, Una suave brisa venida del mar entona un susurro somnoliento. Mi padre, sentado en un mecedor, parece extasiarse con la imagen que tiene al frente. La reconoce, por siempre lo ha acompañado. Al momento, llega Feliciana con dos ollas y otros aparejos de cocina, viene acompañada de una joven.  Es Paula, su sobrina.

Pronto llegará el Comandante y sus hombres a quienes he invitado para que sumen a la fiesta.  

Omairo, Jacinto y el Singo bajan a la playa a buscar y amontonar un poco de leña seca para hacer una fogata para cuando el sol se oculte. Feliciana y Rosario alistan sobre una mesa la carne para asarla. A ellas dos se ha sumado Paula. Es una agraciada morena de escasos veinticinco años, con una sonrisa incitante que deja ver una hilera de dientes, tan blancos y parejos, como si hubiesen sido tallados. Usa un sombrero rosado con puntos blancos y viste un traje blanco, transparente que, a contraluz, dejan ver la siluetas de sus muslos tersos y bien torneados. Su rostro es perfecto, sus ojos verdes brillan con el sol, la pureza de sus pechos agita los sentidos de Armando. Es bella. Sus voluptuosas y firmes caderas atraen la mirada de Armando. Ella le sonríe y le dice que es esteticista.

De un momento a otro, como si presintiera algo, subo velozmente hasta la torre del faro en la que está el catalejo. En la distancia, diviso un punto que se bambolea con las olas. Está lejos, me digo. Bajo de inmediato para reunirme de nuevo con el grupo.

Coquetas gaviotas de mar sobrevuelan el espacio, mientras que un grupo de atrevidas maríamulatas se acercan a la mesa a picotear la carne. Feliciana las espanta con un trapo que tiene en sus manos. No consigue apartarlas, corre a la casa. Se presenta con un espantapájaros que semeja un hombre harapiento, con un sombrero raído. El muñeco tiene una escoba en una mano en actitud de golpear a quien se le acerque, pero las aves ariscas y osadas parecen jugar con el espantapájaros. Picotean la escoba. Termino de limpiar el asador y me acerco a la mesa para ayudar a las tres mujeres.

Benancio se entretiene con ver a las mujeres untar el ajo, la sal, la pimienta y una salsa que trajo Feliciana a la carne. Luego, aparta la mirada de las mujeres y se recrea mirando a lo lejos, montadas sobre las olas, decenas de gaviotas con patas palmeadas que parecen nadar sobre el agua. Son blancas con mezclas grises y algunas zonas negras. Intentan alimentarse de peces y otros animales acuáticos. Otro grupo, lejos de la vista de Benancio, se encuentra sobre la playa en busca de huevos de otras aves y tortugas, insectos, gusanos y granos.

A un costado de las gaviotas, una bandada de fragatas o rabihorcados de la especie Fragata magnificens, de alas largas y potente, común en estas costas, se balancean en el aire buscando zambullirse para atrapar algún pez. El aleteo, suave y armonioso, es ensoñador y cautivante. Espumas blancas se alzan bajo su mirada penetrante. El macho, siempre arisco, luce su distintivo guerrero de color negro que lo distingue de la hembra que se destaca por el pecho blanco y reluciente. Machos y hembras, con su cola prolongada y bífida, pico en forma de garfio, diseño silencioso y certero para penetrar las aguas tibias, a gran velocidad con sus alas cerradas, desde las alturas ventisqueras, chocan contra el agua con la fuerza de un bólido errante.

Por un instante, Rosario suspende la labor y mira hacia el edificio de La Cumbre, desde el lugar en el que se encuentra. Observa la imponencia de la inmensa mole, ahora vestida de negro. El olor a humo todavía se filtra por todos lados y nos llega. Está en esas, cuando en silencio me acerco a ella por detrás, la tomo por el talle y la beso en la nuca. Ella suspira. Luego, me separo y corro hacía la casa para volver casi enseguida con una caja de cervezas que meto en la nevera portátil, repleta de hielo. Antes de ofrecerlas, miro hacia el horizonte marino y veo el punto que antes divisé un poco más grande ya. El resto del grupo hace lo mismo y a lo lejos divisan el punto. Parece una embarcación, les digo. Ellos repiten: si, parece una embarcación, pero está lejos.  

Omairo, Jacinto y el Singo, ya han subido a la plazoleta que hay en el malecón y, mientras los dos primeros se aprestan para asar la carne, el Singo, toma la guitarra que le ha regalado su amigo Leonardo y comienza a interpretar la canción Lejos de ti, el único tango que compuso el cantautor Julio Erazo que los argentinos se lo quisieron apropiar como suyo.

Para calmar la sed, ofrezco cerveza. Me la reciben encantados. La beben en un santiamén. La euforia sube, como resaltan los encantos de las mujeres. Armando, es un maestro con la guitarra. A continuación, los sones de la guitarra se mezclan entre nosotros, y Noches de Cartagena, La luna de Barranquilla y otras canciones más de los compositores Esthercita Forero y Mario Gareña, nos animan a cantar. El grito de Feliciana diciendo que los platos ya están servidos, interrumpe la alegría de los cantos.

Después de comer, ofrezco cervezas y de nuevo Armando toma la guitarra y acompaña a Jacinto que comienza a declamar varios poemas de Pablo Neruda, entre ellos, La gran alegría, La vida y, luego, Oda a la edad. Su voz es firme y grave, como si quisiera ser la del propio Neruda. Éste último poema lo dedica a Benancio, que lo escucha atento, como si quisiera grabar en su memoria cada palabra, cada verso.

Yo no creo en la edad. / Todos los viejos llevan en los ojos un niño, /y los niños/ a veces nos observan como ancianos profundos.

Mediremos la vida/ por metros o kilómetros/ o meses? / Tanto desde que naces? / Cuánto debes andar/ hasta que/ como todos/ en vez de caminarla por encima/ descansemos, debajo de la tierra? /…

Al llegar Jacinto a esta parte, su voz se trasforma en la propia voz de Neruda y los ojos de Benancio se nublan, dos lágrimas se deslizan sin rubor mejilla abajo hacia la comisura de su boca.

Los rayos del sol comienzan a ocultarse y un campo rojizo se extiende en el horizonte. Los invito a bajar a la playa.  Armando y Rosario me ayudan a bajar a Benancio que luce contento.

Omairo enciende la fogata y envueltos en la luz de la llama y del calor, Rosario interpreta la canción Cuando sale la luna, de José Alfredo Jiménez. El viento parece emerger de las olas. Me animo y a dúo con Armandointerpretamosuna vieja canción, Paloma querida del mismo autor, y de inmediato, Quizás, quizás, quizás. Nuestro canto se torna sonoro y melancólico, si quisiéramosenviar mensajes ocultos en las canciones. Paula desea bailar con Armando, y pregunta si alguien más, además de Armando, sabe tocar la guitara. No deja de enviarle miradas y sonrisas. Jacinto le responde que sabe tocar un poco, pero no tan bien como lo hace Armando. Paula le dice que quiere cantar la canción Yo me llamo cumbia, de Mario Gareña y, mientras la canta, saca a Armando a bailar, quien se sorprende de la voz de Paula y de los movimientos de caderas y hombros que hace al cantarla.   

Cerca de las nueve de la noche, Benancio pide que lo suban a su casa y lo lleven a la alcoba. Armando y yo corremos a subirlo. Rosario se nos suma. El timbre de la puerta suena, salgo a abrir luego de dejar a Benancio en su alcoba. Es el Comandante con dos de sus hombres. Los invito a seguir y nos dirigimos hasta el malecón. Feliciana le ofrece un pedazo de carne con yuca que todavía queda. Yo les ofrezco una cerveza, pero me la rechazan. Me señala la embarcación que se acerca lentamente a nosotros. Es una embarcación extraña, no es de las que comercia con nosotros, le digo al Comandante.

—Hace rato que viene enviando señales a tierra, pero no he visto que me respondan —le digo al Comandante.

—Es extraño —responde el Comandante. Y agrega—: El desvío es grande si viene para el puerto de Gambote a cuarenta kilómetros de aquí. Si es para acá, para este puerto, no hubiera enviado esas extrañas señales.

—Así es —le confirmo al Comandante.  

—Quiero entregarle y, a la vez, comunicarle algo —me dice el Comandante.

—Lo escucho —le respondo.

El Comandante me ha alejado del resto del grupo para informarme sobre la causa del incendio en La Cumbre. Me entrega el péndulo ojo de tigre. Lo encontramos en el piso. Fue un corto circuito, dejó muchos muertos. Vieron salir a varias personas, pero la mayoría quedó atrapada en el fuego. Agrega de inmediato: Por fortuna el edificio, por la hora y por el día, estaba desocupado. La mayor parte de los cadáveres que encontramos en uno de los sótanos eran de unos encapuchados. Apenas pudimos reconocer los cadáveres de Pasmenio Andrés del Corral, del Nano Díez y los de los magistrados que suelen venir por Gambote. El resto no los reconocimos.

Luego pasa a comentarme sobre la visita que le hizo el magistrado Bonifacio Justo. Me confirmó lo que ya se sospechaba. La Mina pasa de nuevo a manos de sus antiguos dueños.

El magistrado descubrió que quien ordenó el asesinato de Rosendo Brochero fue Pasmenio Andrés del Corral. Lo hizo para apropiarse de la Mina y para no cancelar una deuda que tenía con Brochero. Los papeles son falsos. El magistrado ya había ordenado captura, cuando se presentó el suceso el incendio en la Cumbre con los resultados ya conocidos. Norelba debe vender la mansión para pagar la deuda si no tiene cómo hacerlo. Pienso que es el final de la mansión de Pasmi.

Me ha dicho que el Magistrado descubrió que el despojo de tierras, el programa de organización del transporte y las obras del puente, del aeropuerto internacional y del nuevo puerto marítimo para abrir nuevas rutas aéreas y marítimas desde Gambote hacen parte de un plan delictivo y siniestro. Todo eso está en averiguación porque involucra a varios países. Me confirmó el hecho de que Justo tuvo que viajar de urgencia y custodiado porque lo amenazaron de muerte y él no tenía suficientes hombres para garantizarle la seguridad aquí en Gambote. Le ha dicho que regresará, después de conseguir apoyo logístico en la capital.  

Una hora más tarde, Omairo y Jacinto se despiden y Feliciana llama a Paula, pero ella no obedece. Se encuentra al lado de la fogata, esperando a que Armando baje. Un momento después, Armando, llega presuroso y los dos quedan solos en la playa que sigue inundada de calor y luz. Al calor de la fogata y con el embrujo de la noche cubriéndolo todo, Paula no resiste el llamado del mar y, sin pensarlo, se desprende de su vestido blanco y se queda sólo con un vestido de baño atrevido de dos piezas que trae debajo del vestido.

Armando, queda atónito al ver la exuberante belleza de Paula. Afrodita, Diana y Venus, a la vez. Ella lo invita a meterse en el agua, que permanece tibia. Peces juguetones besan las espumas. Armando no resiste el llamado y corre a meterse, cuando, de nuevo, escuchan los gritos de Feliciana llamando a Paula. Armando se acerca y la toma por la cintura y la besa. Ella responde al beso y abraza a Armando. Por tercera vez, Feliciana llama a Paula. Esta vez Paula obedece. Los dos se visten y suben presurosos. Quedan en verse de nuevo al otro día.

En ese instante recuerdo la fotografía que tomé con la cámara en la caja fuerte de Pasmenio. Le digo al Comandante que bajemos para mostrársela. Llegamos al estudio y tomo la cámara y busco esa fotografía. Doy con ella, la amplío y leemos que el lugar para la construcción del nuevo puerto marítimo es El Castillo. El Comandante me pide que le envíe la foto para remitírsela al magistrado Justo. Le prometo que así lo haré. Luego se despide con sus hombres.

Me quedo pensando en lo dicho por el Comandante y empiezo a recorrer cada detalle del hilo de Ariadna que me lleva hasta Ramabén. Me sumerjo en los motivos que pudo haber tenido para construir esta edificación en este punto y encuentro que no hay otro lugar en Gambote para observar lo que yo observo desde aquí, Tampoco existe otro lugar como éste en Gambote para construir un puerto marítimo. Gambote es único.

Observo la embarcación que ha realizado un giro para alejarse de la costa. Rosario se me une. Me pasa el brazo por el hombro y pongo mis manos sobre su rodilla.

Pienso en Abubakar Hussein. Quizá me escriba de nuevo.