La muerte de la novela


La muerte de la novela

Periódicamente se anuncia la muerte de la novela. El género, se advierte, está herido de muerte y algo nuevo (la prensa, los medios de masas, internet) va a rematarlo y sustituirlo.

Como ejemplo, en este artículo se recogen treinta y tres veces en las que se ha vaticinado la muerte de la novela, comenzando por eximios autores como Julio Verne u Ortega y Gasset a comienzos del siglo XX, y llegando al siglo XXI con autores como Philip Roth.

Sin embargo, habida cuenta de que en España (solo en España) se publican unas cincuenta mil novelas al año (hemos sacado el dato de aquí) a priori parece posible pensar que el género disfruta de buena salud. ¿Por qué entonces ese afán por elevar un planto por su muerte?

Porque la realidad es que pueden seguir escribiéndose, publicándose y leyéndose novelas y que, a pesar de todo ello, la novela haya muerto.

Qué es una novela

La posibilidad de que la muerte de la novela acontezca (de que incluso haya acontecido ya) tiene que ver con lo que la novela es. Por eso conviene comenzar por definirla.

En El arte de la novela, el autor checo Milan Kundera definía la novela como «la gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos temas de la existencia» y consideraba que se caracterizaba por «la riqueza de sus formas, por la intensidad vertiginosamente concentrada de su evolución, por su papel social».

De acuerdo con esto, la novela tiene un papel social, que surge en gran medida de su capacidad para explorar hasta el límite los temas de la existencia humana: la novela nos ayuda a comprendernos mejor a nosotros mismos y a conocer mejor el mundo en que vivimos. Además, la novela está determinada por la riqueza de sus formas tanto como por su evolución; de hecho, es su evolución lo que determina esa riqueza, porque la novela no cesa de mutar, de transformarse y de cambiar.

De manera que cuando se augura el final de la novela de lo que se habla es del fin de esa novela: la que explora lo humano y, al tiempo, explora su propia naturaleza para dar lugar a nuevas maneras de narrar.

Motivos para la muerte de la novela

Entonces, ¿ya no se escriben novelas que cumplan esos requisitos?, y si fuera así, ¿por qué no se hace? ¿No tenéis los autores de hoy toda la libertad para crear conforme a vuestras inclinaciones, para continuar la exploración de lo humano y parir nuevas formas de novela que aumenten su riqueza? He ahí el quid de la cuestión.

Kundera, que vivió en la Checoslovaquia soviética lo explica con gran claridad:

[…] Ya he visto y vivido la muerte de la novela, su muerte violenta mediante prohibiciones, la censura, la presión ideológica, en el mundo en que he pasado gran parte de mi vida y al que acostumbramos llamar totalitario. Entonces quedó de manifiesto con toda claridad que la novela era perecedera; […] La novela, en tanto que modelo de este mundo, fundamentado en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas, es incompatible con el universo totalitario. […] Esto quiere decir: el mundo basado sobre una única Verdad y el mundo ambiguo y relativo de la novela están modelados con una materia totalmente distinta. La Verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interrogación, y nunca puede conciliarse con lo que yo llamaría el espíritu de la novela. Pero ¿acaso en la Rusia comunista no se publican centenares y millares de novelas con enormes tiradas y gran éxito? Sí, pero estas novelas ya no prolongan la conquista del ser. No ponen al descubierto ninguna nueva parcela de la existencia; únicamente confirman lo que ya se ha dicho; […] Al no descubrir nada, no participan ya en la sucesión de descubrimientos a los que llamo la historia de la novela; se sitúan fuera de esta historia, o bien: son novelas de después de la historia de la novela. Hace aproximadamente medio siglo que la historia de la novela se detuvo en el imperio del comunismo ruso. Es un acontecimiento de gran alcance, dada la grandeza de la novela rusa de Gogol a Biely. La muerte de la novela no es, pues, una idea fantasiosa.  

Es cierto, no vivimos en una sociedad totalitaria, pero la realidad es que, como apunta Javier Aparicio Maydeu en su libro La imaginación en la jaula, el autor escribe mirando por el rabillo del ojo hacia el mercado. Y es posible que las «reglas» que dicta el mercado acaben por coartar de alguna manera la libertad creadora del escritor.

Tampoco resulta cuestionable el hecho de que el autor crea en la actualidad desde la atalaya de la información de la que dispone: conoce las tendencias dominantes y se deja tentar por géneros que no ha cultivado antes, ni tenía intención de hacerlo, pero le resultan atractivos desde una perspectiva mediática, mercantil o directamente económica […] En el pasado los autores contribuían a los géneros y ahora, en cambio, los géneros esclavizan o condicionan a los autores; antes la decisión soberana precedía al género elegido, ahora la tentación del género en boga condiciona una decisión cautiva: de la precedencia del género y de la tendencia sobre el autor y su albedrío.

La escritora Dubravka Ugresic lo señala así en su ensayo Gracias por no leer:

El mercado literario exige de las personas que se adapten a las normas de la producción. Por lo general, no tolera a los artistas desobedientes, así como no tolera la experimentación, las subversiones artísticas, o a los partidarios de las estrategias extrañas en un texto literario. Recompensa a los obedientes en el terreno artístico, a los adaptables, a los diligentes, a quienes respetan las normas literarias. El mercado literario no tolera la idea anticuada de una obra de arte como algo único, irrepetible, como un acto artístico hondamente individual. En la industria literaria, los escritores son obreros sumisos, un mero eslabón más en la cadena de producción.

Ugresic abandonó su Croacia natal huyendo del nacionalismo, que también pretendía infiltrarse en la creación artística, pero se encontró con que «[el escritor] dejó un entorno represivo a fin de seguir siendo escritor, y ha terminado en otros semejante, sujeto a las normas represivas que rigen el mercado del libro».

Claudio Magris advierte sobre «el efecto sofocante de la carrera por las grandes tiradas y por los temas de éxito sobre la creatividad artística y sobre el pluralismo de la literatura, condenada a perecer aplastada por un modelo único, poco importa si lo ha impuesto el Partido o el Mercado».

Los editores desean vender libros, algo perfectamente legítimo. Eso da lugar a que algunos editores, en especial los de los grandes sellos, den preferencia a un determinado tipo de literatura, la que no en vano se acostumbra a denominar literatura comercial. Ese tipo de literatura suele ser una literatura conservadora, que arriesga poco en lo formal y que incluso trata de adaptarse a ciertas premisas, géneros o temas de moda.

El escritor también desea vender libros, como es lógico. Eso hace que muchas veces trate de plegarse a esas directrices que el mercado impone. De hecho, el escritor es consciente de que si no se adapta a esas directrices corre el riesgo de no encontrar una editorial que apueste por su obra.

El problema es que las normas literarias que impone el mercado se oponen frontalmente a ese tipo de novela que Kundera propone y que en el fondo es la que los buenos lectores, los buenos escritores y los buenos editores reverencian y aman. Al tratar de seguir las normas impuestas, los escritores dejan de explorar nuevos caminos. Se siguen escribiendo novelas, pero ya no hay progreso artístico, el género está muerto.

Kundera nos advierte en contra del mercado como juez supremo del valor estético o artístico, porque al mercado no le importa la estética, no le importa la cultura ni le importa la novela en cuanto herramienta para explorar al ser humano y explicar su realidad; al mercado le importan los beneficios y, por tanto, queda descalificado como crítico.

Investigar un valor estético quiere decir: tratar de delimitar y denominar los descubrimientos, las innovaciones, la nueva luz que arroja una obra sobre el mundo humano. Solo la obra reconocida como valor (la obra cuya novedad ha sido captada y denominada) puede formar parte de «la evolución histórica del arte», que no es una simple secuencia de hechos, sino una persecución de valores. Si se descarta la cuestión del valor, […] «la evolución histórica del arte» nublará su sentido, se derrumbará, se convertirá en un inmenso y absurdo depósito de obras.

La novela muere (puede morir) si los autores dejáis de explorar, de transgredir, de innovar, de experimentar en vuestras obras. Si os plegáis, consciente o inconscientemente, a «lo que le gusta al lector» o «lo que vende».

Italo Calvino dijo: «La literatura solo vive si se propone objetivos desmesurados, incluso más allá de toda posibilidad de realización». La novela que se propone esos objetivos está viva y hace vivir al género. Por el contrario, la obra que no persigue objetivos desmesurados, innovar artísticamente o explorar nuevas facetas de la humanidad, es una novela muerta que se unirá a ese absurdo depósitos de obras que, pasado su momento de actualidad, el lector dejará de visitar.

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