Javier Sierra. Autor español

Javier Sierra, Teruel (1971)

Es el único autor español contemporáneo que ha logrado situar sus novelas en el top ten de los libros más vendidos en los Estados Unidos. Sus obras se traducen a más de cuarenta idiomas y son fuente de inspiración para muchos lectores que buscan algo más que entretenimiento en un relato de intriga. Formado en el mundo del periodismo –fue cofundador de la revista mensual Año Cero en 1990, director de la revista Más Allá de la Ciencia durante siete años, además de presentador y director de espacios en radio y televisión en España-, ahora invierte su tiempo en investigar arcanos de la Historia y escribir sobre ellos. Ha dado a imprenta títulos muy populares entre los que destacan La cena secreta (publicado en 43 países), La dama azul (editado en otros 20), La ruta prohibidaLas puertas templariasEl ángel perdidoEl maestro del Prado (que fue la ficción española más vendida en 2013),  La pirámide inmortal o el Premio Planeta de Novela 2017, El Fuego Invisible, en donde se enfrenta a los enigmas de la creación artística a través de una insólita búsqueda del Grial.

En su haber se cuentan varios galardones literarios más, como su finalista al Premio de Novela Ciudad de Torrevieja por La cena secreta, o internacionales como sus tres Latino Book Awards –otorgados a la Mejor Novela Histórica del año 2007 publicada en inglés en EE.UU., por La dama azul, y a la Mejor Novela de Aventuras de 2011 en inglés y español, por El ángel perdido-. También ha recibido honores como el que en 2009 le distinguió como Hijo Adoptivo de Ágreda (Soria) por la difusión internacional dada a la vida de sor María de Jesús de Ágreda, una monja de clausura del siglo XVII a la que se atribuyó la conversión de miles de nativos americanos de Nuevo México, Arizona y Texas gracias al don místico de la bilocación. En 2017 Javier recibió asimismo la Cruz de San Jorge, la más alta condecoración que concede la provincia de Teruel, y en 2018 fue nombrado Hijo Predilecto de su ciudad. Ambos reconocimientos subrayan la contribución de su trabajo al “honor y buen nombre” de la tierra que lo vio nacer.

Todos sus libros tienen un común denominador: sirven de puente al lector para cruzar de éste a otros mundos. Y lo hacen sobre una pasarela cimentada sobre misterios científicos e históricos sólidamente documentados. A menudo el autor explica que su trabajo literario –tanto en narrativa como en ensayo- debe ser entendido como un todo. “Mientras que en mis libros de investigación traslado grandes preguntas al lector, en mis novelas pongo a funcionar mi imaginación para proponer respuestas que nos las despejen”, dice.

Si algo destaca en la biografía de este escritor es su precocidad. Se adentró en el mundo de la comunicación con apenas doce años cuando se puso al frente de un programa de radio semanal para una audiencia infantil en su ciudad natal. En esa época ya había escrito sus primeros artículos y relatos, aunque su ingreso en la prensa escrita no se produciría hasta los dieciséis. Con diecinueve –y sus estudios de periodismo recién iniciados en Madrid- participó en la fundación de la revista mensual de divulgación Año Cero, y a los veinticuatro ya daba a imprenta su primer libro. Desde entonces, entre sus empeños personales destaca el de subrayar que lo oculto, las creencias extremas y heterodoxas, lo mágico o lo sobrenatural, forman parte inexcusable de nuestra cultura y deben ser elementos que se estudien, ponderen y divulguen con rigor. Sus obras son, pues, el resultado de ese esfuerzo y han hecho de Javier Sierra un autor con una voz propia autorizada, único en el panorama literario contemporáneo internacional.

Javier vive en Madrid. Está casado, tiene dos hijos y se encuentra trabajando –a la vez- en sus próximos tres libros.

Bibliografía

Bibliografía
El Mensaje de Pandora

2020

El Fuego Invisible

2017

La Pirámide Inmortal

2014

El Maestro del Prado

2013

El Quinto Mundo

2012

El Ángel Perdido

2011

La Ruta Prohibida

2007

La Cena Secreta

2004

Las Puertas Templarias

2000

En Busca de la Edad de Oro

2000

La Dama Azul

1998

La España extraña

El libro

Tomado de Ernesto de la Torre Villar, Elogio y defensa del libro. UNAM, Cuarta edición 1999 Presentación

El libro, por su parte, también implica una relación dialéctica en su
uso y destino. Afirma Ernesto de la Torre Villar: “El libro crea una
situación ideal de diálogo. Escritor y lector comparten esa vital
experiencia. El libro es conocimiento. Es reciprocidad, posibilidad de
libre y fundamental intercambio. …Así el libro implica esa doble
dimensión, la del conocimiento y la de la reciprocidad, las cuestiones
que conciernen a su diseño, producción, divulgación y adquisición
imponen una urgente deliberación social para defenderlo y promoverlo
como fundamento de convivencia y progreso social e intelectual”.16

Más adelante argumenta: “El libro, medio y forma más preciso y
perfecta por los cuales el pensamiento humano a través de la escritura
se conserva y transmite entre los hombres, es a la vez defensa y
amenaza. Defensa de la inteligencia, del espíritu, de la capacidad de
los seres racionales para expresar su pensamiento, sus ideas
preñadas de emociones, de intelecciones explicativas del propio
hombre y de su mundo circundante, de juicios en torno de la conducta
propia y ajena, y del pensar particular y de los demás, todo lo cual
contiene. Amenaza para quien trata de limitar el pensamiento y su
expresión, para quien teme el enjuiciamiento de una conducta
reprobable o la condenación de bastardos intereses. Defensa del
hombre en su calidad esencial y amenaza contra quien o quienes por
cualquier razón se oponen al desarrollo completo e integral de las
cualidades humanas”.

Más adelante, y para redimensionar la lectura, refiere un texto de
Sarmiento: “Quien dice instrucción dice libros. Sólo los pueblos
salvajes se transmiten su historia y sus conocimientos, costumbres y
preocupaciones por la palabra de los ancianos. El Cristianismo tiene
por base las escrituras. De la esencia de su doctrina dijo el Divino
Maestro: Es la ley y los profetas; yo no vengo a derogar las escrituras.
Nuestra civilización cristiana es, pues, esencialmente escrita; el libro
es su base y mal cristiano será el que no sepa leer17”.

Invitación a la presentación de Los silencios del miedo

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Reseña: El lenguaje: introducción al estudio del habla de Edward Sapir

Reseña

Edward Sapir. El Lenguaje: Introducción al estudio del habla. (FCE, Breviarios, Trad. de Margit Alatorre-XIV Edición, México, 2013)

Leonardo Gutiérrez Berdejo

Próximo a cumplir un siglo la primera edición (1921) de este libro, el autor, Edward Sapir (Alemania, -1884-EUA, 1939) con estudios en lenguas germanas y doctorado en antropología, presenta un detallado análisis sobre algo tan familiar, pero, a la vez tan complejo, como lo es el lenguaje. Los elementos del habla, los sonidos del lenguaje, los procedimientos y conceptos gramaticales, los tipos de estructura lingüística, las relaciones entre lenguaje, raza y cultura son parte de los temas que desarrolla el autor.

El autor advierte desde el inicio de su obra que su propósito fundamental es mostrar de qué manera concibe la esencia del lenguaje y de qué modo varía en el espacio y en el tiempo. A lo largo de los once capítulos evita en gran parte los términos técnicos y de todos los símbolos propios de la lingüística y recurre con frecuencia a ejemplos en lengua inglesa, aunque también cita algunos ejemplos exóticos y en lenguas extrañas, o muy poco conocidas. 

De este modo, Sapir analiza la importancia del lenguaje, su función cultural y la futilidad de la teoría interjeccional y de la teoría onomatopéyica del origen del lenguaje para allanar el camino hacia una definición adecuada del lenguaje: “El lenguaje es un método exclusivamente humano, y no intuitivo, de comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos producidos de manera deliberada”.

Estos símbolos, anota, son ante todo auditivos –sin base instintiva apreciable- y son producidos por los llamados “órganos del habla”. Reconoce, sin embargo, que es cierto que una base instintiva y el ambiente natural pueden servir de estímulo para el desarrollo de tales o cuales elementos del habla, y que las tendencias instintivas, sean motoras o de otra especie, pueden dar a la expresión lingüística una extensión o un molde predeterminado. De acuerdo con esto, para Sapir, la comunicación, humana o animal, producida por gritos involuntarios instintivos, nada tiene de lenguaje en el sentido en que los lingüistas lo entienden.

Sostiene, en sentido estricto, que no existen órganos del habla. Plantea la cuestión de si sería posible el pensamiento sin el habla y también el caso de si el habla y el pensamiento no serán otra cosa que dos facetas de un mismo proceso psíquico. Afirma que lo único constante que hay en el lenguaje es su forma externa, su significado interior, su valor y, asimismo, de acuerdo con el desarrollo general de la inteligencia. Rechaza la sensación o pretensión de que se puede pensar y hasta razonar sin necesidad de la palabra para acercarse al más importante de todos los simbolismos lingüísticos visuales como lo es la palabra manuscrita o impresa, a la cual desde el punto de vista de las funciones motoras, corresponde toda la serie de movimientos exquisitamente coordinados cuyo resultado es la acción de escribir, a mano o a máquina, o con cualquier otro método grafico de representar el habla, el cual equipara, punto por punto, a ese modo inicial que es el lenguaje hablado.

Sapir trata los elementos del habla, los verdaderos elementos significantes que son por lo general la serie de sonidos que constituyen la palabra que es el primer elemento que “existe” y considera que, en realidad, no hay una manera de dar una definición de la palabra desde el punto de vista funcional, ya que la palabra puede ser “muchísimas cosas”. No obstante, la considera “simplemente una forma, una entidad moldeada de manera definida, que absorbe, del material conceptual del pensamiento integro, una parte mayor o menor, según se lo permita el genio del idioma de que se trata”. Es, a juicio del autor, la palabra uno de los pedacitos más pequeños y completamente satisfactorios, de “significado” aislado en que se resuelve la oración, que no puede fragmentarse sin que el sentido se trastorne.

El autor se ocupa del inmenso número de sonidos posibles, de los órganos articulatorios y su papel en la producción de los sonidos del habla, de las articulaciones vocálicas y de cómo y dónde se articulan las consonantes; de los hábitos fonéticos de una lengua y de los “valores” de los sonidos.  De igual modo, estima  que existe una cantidad extensa de sonidos articulados al alcance de la mecánica del habla, y trata sobre la forma en el lenguaje, los procedimientos gramaticales, la diferencia que existe entre los procedimientos formales y las funciones gramaticales y los seis principales tipos de procedimientos gramaticales, el orden de las palabras en cuanto método, la composición a base de elementos radicales, la afijación entre los cuales destaca los prefijos y sufijos y los infijos.

Trata de la forma en el lenguaje, los conceptos gramaticales a partir de una típica frase inglesa: The farmer kills duckling (El Labrador mata al patito)en la que descubre la presencia de tres conceptos fundamentales distintos, los cuales se ponen en conexión reciproca de varias maneras (sujeto de la oración, verbo y otro sujeto) Afirma que “el lenguaje, desde muchos puntos de vista, es tan irracional y tan terco en sus clasificaciones como lo sería un espíritu que procediera en esa formay concluye, luego, que el más fundamental y poderoso de todos los métodos de relación es el método del orden de las palabras y elementos.

Se refiere a los tipos de estructura lingüística, al lenguaje como producto histórico y sus transformaciones. En otro aparte, expone la posibilidad de clasificación de las lenguas y de la imposibilidad de clasificar las lenguas de acuerdo con los procedimientos formales, de la fusión y el simbolismo como técnicas lingüísticas. Destaca, luego, la variabilidad del lenguaje y de las variaciones en el tiempo, de cómo surgen los dialectos y sobre las familias lingüísticas.

La lengua, para Sapir, es un producto histórico y resalta sus leyes fonéticas en el que sobresale la parte dedicada a cómo se alteran los sonidos sin que se destruya el sistema fonético y de la dificultad de explicar la naturaleza de las corrientes fonéticas, cada elemento gramatical. Cada locución, cada sonido y cada acento son configuraciones que van cambiando poco a poco, a merced de esa corriente invisible e impersonal que es la vida de una lengua, y destaca que esas corrientes psíquicas subterráneas del lenguaje son sumamente difíciles de comprender a base de la psicología individual.

Pone de presente la mutua influencia de las lenguas, y de como las culturas, rara vez, se bastan a sí mismas.  Para él, precisan de los intercambios. Que es mucho más probable que la lengua de una nación considerada como centro de irradiación cultural ejerza gran influencia sobre las lenguas habladas en los pueblos colindantes, y que no reciba la influencia de ellas; que el tipo más sencillo de influencia es el “préstamo de palabras” y que son sólo cinco las lenguas que han tenido significación sobresaliente como vehículos de la cultura: el chino clásico, el sanscrito, el árabe, el griego y el latín, y lenguas culturalmente importantes como el hebreo y el francés quedan relegadas.

Agrega que el préstamo de palabras trae consigo su alteración fonética y la aparición de notables paralelismos fonéticos en diversas lenguas que nada tienen que ver con otras. Finaliza destacando que el lenguaje es quizás el fenómeno social que más se resiste a influencias extrañas, el que más se basta a sí mismo; que es más fácil suprimir del todo una lengua que desintegrar su forma individual.

Afirma que las razas, en el sentido biológico, son soberanamente indiferentes a la historia de las lenguas y de las culturas, de que para dar una explicación de éstas es tan inútil la raza como las leyes de la física y de la química (pág. 236); que es fácil demostrar que un grupo de lenguas no corresponde necesariamente a un grupo racial ni a una zona cultural. Dice que, al igual que con la cultura, ocurre lo mismo que con la raza y destaca que no existe necesariamente una correlación entre la lengua, la raza y la cultura, y finaliza afirmando que no cree que tampoco exista una verdadera relación causal entre la cultura y el lenguaje, y que el lenguaje se está remodelando incesantemente y es el arte de mayor amplitud y solidez que conocemos, es la obra gigantesca y anónima de incontables generaciones.

Con el estudio de la relación entre el lenguaje y la literatura, Sapir finaliza su estudio y anota que las lenguas son algo más que meros sistemas de transmisión del pensamiento. Son, a su juicio, las vestiduras invisibles que envuelven nuestro espíritu y que dan una forma predeterminada a todas sus expresiones simbólicas. Toda lengua, apunta el autor, es en sí misma un arte colectivo de la expresión y que en ella yace oculto un conjunto peculiar de factores estéticos (fonéticos, rítmicos, simbólicos, morfológicos) que nunca coinciden por completo con los de otra lengua.

Todo artista, señala Sapir, tiene que aprovechar los recursos estéticos de su propio idioma, Feliz él si la paleta de colores que le suministra la lengua es rica, si el trampolín es ligero. Anota que las principales características del estilo (entendido como técnica para construir y distribuir las palabras) se encuentran fatalmente dentro de la lengua misma, que no es una cosa absoluta, impuesta al lenguaje de acuerdo con los modelos griegos y latinos, sino que es únicamente la lengua misma, tal como fluye por sus cauces naturales, y dotada de un acento individual lo bastante vigoroso para permitir que la personalidad del artista se ponga de manifiesto como una presencia, no como una acrobacia.

Afirma que casi se puede decir que hay tantos ideales naturales de estilo literario como lenguas; la mayoría de esos ideales no existe sino en potencia: viven en el idioma en espera de artistas que quizá nunca habrán de venir. Y, sin embargo, los textos que se conservan de la tradición primitiva y de los cantos de épocas remotas contienen pasajes de vigor y de belleza inigualables. Finalmente, que debemos tener cuidado de no considerar novedosas unas expresiones que, en parte, solo son para nosotros y de que para ilustrar la dependencia formal de la literatura con relación al lenguaje, quizá no haya nada mejor que el aspecto prosódico de la poesía.

Finca La Planada, Vereda Palenque, Apulo, Cundinamarca, diciembre de 2015.

El lenguaje

El lenguaje

Leonardo Gutiérrez Berdejo

La historia, el tema, los personajes, la trama, el argumento, los diálogos, el o los escenarios, las descripciones… Todos ellos son aspectos que deben cuidarse al escribir. Pero hay algo elemental, que forma parte de todos ellos, y a lo que no se suele prestar tanta atención: el lenguaje que es la capacidad del ser humano para expresar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra. Describir, por su parte, es contar o escribir acerca de algo, es ilustrar con palabras. Una descripción está hecha de palabras.

Pero, ¿qué es el Lenguaje literario? Se llama lenguaje literario o lenguaje poético al modo de empleo de la lengua común y cotidiana que se hace en las obras de la literatura: la poesía, la narrativa y la dramaturgia, así como en otras formas del discurso como la oratoria. Esta utilización de la lengua se caracteriza por hacer énfasis en el cómo se dicen las cosas, más que en el qué se dice.

Las palabras son la principal herramienta del escritor. Sin ellas no existiría el resto. Las palabras son la arcilla que el autor moldea para, con ellas, crear cada parte de un ensayo, una novela o de un relato. El vocabulario es el pan del escritor, señala Stephen King. La RAE anota que el vocabulario es el conjunto de palabras de un idioma pertenecientes al uso de una región, a una actividad determinada, a un campo semántico dado, etcétera, vocabulario paisa, costeño, jurídico, económico, del deporte, de la construcción.

Los personajes, las atmósferas, los capítulos… están formados de palabras.

¿Les prestas la debida atención? Probablemente no. Si estás empezando en la escritura estarás tratando de aprenderlo todo sobre la estructura, la construcción de personajes o la forma de hacer avanzar la acción para no perder la atención del lector. Todo ello está muy bien, pero también debes prestar atención a la arcilla, al pan. Porque precisamente las palabras que elijas, el uso del lenguaje, contribuirán de manera importante a crear tu estilo. Y tu estilo será lo que te diferencie del resto de escritores y será lo que haga que un lector vuelva una y otra vez a ti.

Anota King: Hay escritores con un léxico enorme, el tipo de personas que no falla una sola respuesta en los concursos. Un ejemplo:

Las cualidades de correoso, indeteriorable y casi indestructible eran atributos inherentes a la forma de organización de la cosa, pertenecientes a algún ciclo paleógeno de la evolución de los invertebrados que se hallaba fuera del alcance de nuestras capacidades especulativas.

—H.P. Lovecraft. En la montaña de la locura.

¿Qué tal esta otra?

Se venden. Botitas de bebé. Nuevas.

De Ernest Hemingway

Seis simples palabras, tres frases, cuentan una historia completa. El texto solo narra que se venden unas botas de bebé. Esa es la punta del iceberg. Por debajo de ella se esconde la tragedia de los padres que compraron esas botas para su hijo, que ha muerto sin llegar a usarlas. Aquí vemos que también en la literatura se aplica el adagio: <Menos es más>. Cómo hacerlo es el problema

En busca de la palabra exacta. Mark Twain comentó una vez que la diferencia entre la palabra correcta y casi todas las demás palabras es la diferencia entre un rayo y na luciérnaga. El uso del lenguaje, referido no solo a las palabras, sino a la estructura de las frases y al ritmo de estas dentro de los párrafos es la señal de identidad de los mejores escritores. Gustave Flaubert estaba obsesionado con le mot juste, la palabra exacta.

¡Qué extraña manía la de pasarse la vida consumiéndose a propósito de palabras y sudando para redondear frases! […] Hoy, por ejemplo, he empleado ocho horas en corregir cinco páginas, y creo que he trabajado muy bien.

James Joyce confesaba a un amigo, mientras escribía Ulises, que había trabajado durante todo un día para escribir tan solo dos frases. Cuando su amigo lo achacó a una búsqueda de le mot juste, Joyce contestó: «No, ya tengo las palabras, lo que estoy buscando es su orden exacto dentro de la frase.»

Julián Barnes en El loro de Flaubert dice al respecto:

La palabra correcta, la frase verdadera, la oración perfecta están siempre «ahí fuera», en algún lugar; la tarea del escritor consiste en localizarlas por cualesquiera medios que estén a su alcance. Para algunos, esto significa solamente una excursión al supermercado, y una vez allí cargar el carrito hasta los topes; para otros, significa perderse en una llanura de Grecia, de noche, durante una nevisca, bajo la lluvia, hasta encontrar lo que buscas gracias a un truco raro, algo así como saber imitar los ladridos de un perro.

¿Y tú? Si no lo has hecho todavía es hora de que empieces a prestar atención a los ladrillos (palabras y frases) que forman tus textos. Aquí tienes algunas ideas a la luz de las cuales puedes examinar tus textos y que te ayudarán a usar el lenguaje para mejorar una novela, un cuento o un relato cualquiera. Tu desafío, pues, debe ser siempre encontrar la mejor manera posible para transmitir la imagen que tengas en la cabeza. Igual que las sirenas, adjetivos y adverbios, te pueden atraer hacia las aguas peligrosas de las descripciones sin calidad. Las dos partes indispensables de la escritura son los nombres y los verbos.

Corrección. Todos hemos pasado por el colegio y nos han enseñado las normas de ortografía y gramática. Úsalas. Si no las recuerdas, repásalas. Un texto con errores ortográficos o fallos gramaticales o de sintaxis señala, no es un escritor principiante, sino a un escritor descuidado; es un escritor que no respeta su oficio y, lo que es peor, que no respeta a su lector. Muchos confiáis en que vuestros textos acabarán en manos de un corrector. Tal vez sea así. Pero debes saber que un gran número de editores descartan originales si contienen faltas de ortografía. Así que si escribes mal te estás cerrando puertas.

Mientras tanto puede que envíes textos a concursos literarios, que los subas a tu blog o que los mandes por correo a algunos amigos para conocer su opinión. Si esos textos contienen faltas tu mensaje será: <<Me considero escritor, pero en realidad el oficio no me importa tanto como para dedicar un momento a aprender lo básico. Tampoco me importas tú, a quien le he pedido que lea mi texto, por eso no me he tomado la molestia de revisar el texto y corregirlo. Quiero que me leas, haz el esfuerzo, pero no me pidas que me esfuerce yo>>.

Vocabulario extenso. Para encontrar la palabra exacta, esa que trasmite de forma precisa tu idea, se necesita un amplísimo vocabulario. Para conseguirlo hay dos opciones: memorizar un diccionario o leer. La segunda opción resulta mucho más divertida. No solo permite ampliar el vocabulario, sino aprender además sobre la marcha ortografía, gramática y sintaxis.

También permite conocer cómo manejan otros escritores los mimbres de sus obras: personajes, narrador, tensión narrativa, etc. Ser escritor es ser lector, en primer lugar, así que hay que hacerle un espacio (grande) a la lectura en tu vida. Pero no solo basta con leer mucho, también debe hacerse lecturas variadas. No cometer el error de encasillarte en el género que escribes, es mejor leer de todo: clásicos, contemporáneos, poesía, ensayo… Fuera de tu género puedes encontrar técnicas y recursos inspiradores que usar en tu obra para hacerla única.

Cuidado con el lenguaje ampuloso. Mientras se adquiere ese lenguaje extenso que ayudará a que cada una de tus frases sea una maquinaria perfectamente ajustada, escribe con sencillez. Escribe como hablas, no uses palabras que no manejas habitualmente en tu día a día. Si se está trabajando en ampliar tu vocabulario se verá que también el lenguaje cotidiano cambia. Pero mientras no lo haga de forma natural, no lo fuerces. Usar un lenguaje altisonante que no es el tuyo no te convierte en mejor escritor, por el contrario, te señala como un aprendiz. Leyendo te darás cuenta de que existe una gran diferencia entre un escritor versado de lenguaje rico, como el de Rafael Sánchez Ferlosio en Industrias y andanzas de Alfanhuí, y un escritor novato que cree que cuánto más raras sean las palabras que usa, mejor escribe.

Cuidado con los sinónimos. Por eso mismo, se debe tener mucho cuidado con el uso de sinónimos. Muchos escritores trabajan con el diccionario de sinónimos abierto. Unas veces se usa para no repetir una misma palabra, otras para buscar una palabra «más bonita» que hermosee el texto. El problema es que, si no tienes un buen vocabulario, los sinónimos son un arma de doble filo. Muchas veces elegimos una palabra que nos gusta, pero que no conocemos porque no forma parte de vuestro lenguaje. El resultado es que esa palabra no significa exactamente lo que pensamos y, en lugar de embellecer, estamos estropeando el texto.

Es una cuestión de matiz. Una palabra puede no significar exactamente lo mismo que otra aunque sean sinónimas. Por eso Flaubert, Joyce y Barnes se afanan en buscar le mote juste, porque no sirve cualquier palabra. Por tanto, antes de usar una palabra que no forma parte de tu vocabulario habitual, consulta el diccionario de la RAE para asegurarte de que significa lo que crees y que se adapta a lo que quieres expresar como anillo al dedo. El lenguaje tiene esa complicación.

Extensión de las frases. A los autores noveles se les recomienda que escriban con frases cortas. ¿Es que pasa algo con las frases largas? ¿Debemos proscribirlas? En absoluto. Henry James es un excelente ejemplo de cómo las frases largas pueden crear obras inmortales. Pero sucede como con las palabras que no estás acostumbrado a usar. Si todavía no manejas muy bien gramática y sintaxis corres el riesgo de equivocarte y acabar por escribir frases sin sentido, en las que falla la concordancia y la puntuación es un caos. Apuesta por la sencillez. A medida que se avanza, se irá incrementando la longitud de las frases por la senda de la escritura. Pero si dominas la gramática y la sintaxis, no te cortes. Dales vuelo y amplitud a tus frases.

Señala E. King: Hay escritores célebres que emplean vocabularios más reducidos y sencillos como en el caso de Ernest Hemingway:

Llegó al río. Lo tenía adelante.

—Ernest Hemingway, El río de los dos corazones.

Pero, “poner el vocabulario de tiros largos buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales y sencillas, es ponerle un vestido de noche a un animal doméstico”, dice King. Y, siguiendo con sus ejemplos, encontramos que: “Por otro lado, hay material que no sale en el diccionario, pero que sigue siendo vocabulario. Verbigracia:

—Qué hay, Lee —dijo Killian—. Qué-tal-hombre-qué-tal.

—¡Has logrado acojonar…a ese…mamón!

—Pues ejjjjjj…

—¡Sherman…asqueroso traidor hijoputa!

—¡Marica de mierda!

Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades

“Es un ejemplo de transcripción del vocabulario de la calle”, termina por decir King.

Ritmo interno. Si eres un escritor avezado, puedes prestar atención al ritmo interno de tus frases y párrafos y a la manera en que este afecta al conjunto del texto. Para trabajar el ritmo conviene leer (y escribir) poesía con asiduidad.

Presta atención al acento métrico, pues es el que más influye en el factor del ritmo. El acento métrico marca la regularidad de los apoyos en el tiempo. La correspondencia entre acento métrico y acento gramatical influye en el efecto sonoro de la frase. Si acento métrico y acento gramatical coinciden, la frase produce la impresión de robustez; si la coincidencia es menor, la impresión será de flexibilidad y levedad. De igual manera, las frases cortas imprimen vivacidad al párrafo, mientras que las frases largas lo vuelven moroso. Puedes buscar causar una u otra impresión con el fraseo según el tipo de escena que estés escribiendo.

Otros aspectos a tener en cuenta. Palabras, frases, vocabulario, ritmo… Todavía hay una cuestión más a la que puedes prestar atención: las letras. (Sí, ese es el nivel de detalle al que descienden los buenos escritores). Como en un poema, presta atención a la repetición de vocales y consonantes y a los efectos que provoca en el texto. Fíjate que no se encadenan una serie de palabras en las que predomina una determinada vocal o consonante (por ejemplo: «Acabarás harta de amar, Sara»), porque puede producir un efecto indeseado, volviendo el texto plano y sin relieve.

Pero recuerda que puedes usar ese y otros recursos semejantes de manera premeditada e inteligente. Sinalefas y aliteraciones juegan con la disposición de vocales y consonantes para crear efectos sonoros que refuerzan las ideas que trasmite el texto. Hay grandes obras donde el lenguaje es su misma esencia, más allá de la trama o del protagonista. Desde el ya mencionado Ulises, de James Joyce; a Paradiso, de Lezama Lima; pasando por A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. El uso del lenguaje no es un detalle menor en una novela que aspire a ser buena, ni para un escritor que aspire a considerarse como tal. Así que préstale la atención que se merece.

Siguiendo al renombrado maestro del terror, Stephen King, otra bandeja que debe estar en la caja de herramientas del escritor es la gramática, pero lo dejamos para otra ocasión.

Fuente:

Texto adaptado de Sinjania. Cómo usar el lenguaje para mejorar tu novela.

Stephen King. Mientras escribo. Debolsillo. https://www.caracteristicas.co/lenguaje-literario/#ixzz734EeYSaT