El lenguaje
Leonardo Gutiérrez Berdejo
La historia, el tema, los personajes, la trama, el argumento, los diálogos, el o los escenarios, las descripciones… Todos ellos son aspectos que deben cuidarse al escribir. Pero hay algo elemental, que forma parte de todos ellos, y a lo que no se suele prestar tanta atención: el lenguaje que es la capacidad del ser humano para expresar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra. Describir, por su parte, es contar o escribir acerca de algo, es ilustrar con palabras. Una descripción está hecha de palabras.
Pero, ¿qué es el Lenguaje literario? Se llama lenguaje literario o lenguaje poético al modo de empleo de la lengua común y cotidiana que se hace en las obras de la literatura: la poesía, la narrativa y la dramaturgia, así como en otras formas del discurso como la oratoria. Esta utilización de la lengua se caracteriza por hacer énfasis en el cómo se dicen las cosas, más que en el qué se dice.
Las palabras son la principal herramienta del escritor. Sin ellas no existiría el resto. Las palabras son la arcilla que el autor moldea para, con ellas, crear cada parte de un ensayo, una novela o de un relato. El vocabulario es el pan del escritor, señala Stephen King. La RAE anota que el vocabulario es el conjunto de palabras de un idioma pertenecientes al uso de una región, a una actividad determinada, a un campo semántico dado, etcétera, vocabulario paisa, costeño, jurídico, económico, del deporte, de la construcción.
Los personajes, las atmósferas, los capítulos… están formados de palabras.
¿Les prestas la debida atención? Probablemente no. Si estás empezando en la escritura estarás tratando de aprenderlo todo sobre la estructura, la construcción de personajes o la forma de hacer avanzar la acción para no perder la atención del lector. Todo ello está muy bien, pero también debes prestar atención a la arcilla, al pan. Porque precisamente las palabras que elijas, el uso del lenguaje, contribuirán de manera importante a crear tu estilo. Y tu estilo será lo que te diferencie del resto de escritores y será lo que haga que un lector vuelva una y otra vez a ti.
Anota King: Hay escritores con un léxico enorme, el tipo de personas que no falla una sola respuesta en los concursos. Un ejemplo:
Las cualidades de correoso, indeteriorable y casi indestructible eran atributos inherentes a la forma de organización de la cosa, pertenecientes a algún ciclo paleógeno de la evolución de los invertebrados que se hallaba fuera del alcance de nuestras capacidades especulativas.
—H.P. Lovecraft. En la montaña de la locura.
¿Qué tal esta otra?
Se venden. Botitas de bebé. Nuevas.
De Ernest Hemingway
Seis simples palabras, tres frases, cuentan una historia completa. El texto solo narra que se venden unas botas de bebé. Esa es la punta del iceberg. Por debajo de ella se esconde la tragedia de los padres que compraron esas botas para su hijo, que ha muerto sin llegar a usarlas. Aquí vemos que también en la literatura se aplica el adagio: <Menos es más>. Cómo hacerlo es el problema
En busca de la palabra exacta. Mark Twain comentó una vez que la diferencia entre la palabra correcta y casi todas las demás palabras es la diferencia entre un rayo y na luciérnaga. El uso del lenguaje, referido no solo a las palabras, sino a la estructura de las frases y al ritmo de estas dentro de los párrafos es la señal de identidad de los mejores escritores. Gustave Flaubert estaba obsesionado con le mot juste, la palabra exacta.
¡Qué extraña manía la de pasarse la vida consumiéndose a propósito de palabras y sudando para redondear frases! […] Hoy, por ejemplo, he empleado ocho horas en corregir cinco páginas, y creo que he trabajado muy bien.
James Joyce confesaba a un amigo, mientras escribía Ulises, que había trabajado durante todo un día para escribir tan solo dos frases. Cuando su amigo lo achacó a una búsqueda de le mot juste, Joyce contestó: «No, ya tengo las palabras, lo que estoy buscando es su orden exacto dentro de la frase.»
Julián Barnes en El loro de Flaubert dice al respecto:
La palabra correcta, la frase verdadera, la oración perfecta están siempre «ahí fuera», en algún lugar; la tarea del escritor consiste en localizarlas por cualesquiera medios que estén a su alcance. Para algunos, esto significa solamente una excursión al supermercado, y una vez allí cargar el carrito hasta los topes; para otros, significa perderse en una llanura de Grecia, de noche, durante una nevisca, bajo la lluvia, hasta encontrar lo que buscas gracias a un truco raro, algo así como saber imitar los ladridos de un perro.
¿Y tú? Si no lo has hecho todavía es hora de que empieces a prestar atención a los ladrillos (palabras y frases) que forman tus textos. Aquí tienes algunas ideas a la luz de las cuales puedes examinar tus textos y que te ayudarán a usar el lenguaje para mejorar una novela, un cuento o un relato cualquiera. Tu desafío, pues, debe ser siempre encontrar la mejor manera posible para transmitir la imagen que tengas en la cabeza. Igual que las sirenas, adjetivos y adverbios, te pueden atraer hacia las aguas peligrosas de las descripciones sin calidad. Las dos partes indispensables de la escritura son los nombres y los verbos.
Corrección. Todos hemos pasado por el colegio y nos han enseñado las normas de ortografía y gramática. Úsalas. Si no las recuerdas, repásalas. Un texto con errores ortográficos o fallos gramaticales o de sintaxis señala, no es un escritor principiante, sino a un escritor descuidado; es un escritor que no respeta su oficio y, lo que es peor, que no respeta a su lector. Muchos confiáis en que vuestros textos acabarán en manos de un corrector. Tal vez sea así. Pero debes saber que un gran número de editores descartan originales si contienen faltas de ortografía. Así que si escribes mal te estás cerrando puertas.
Mientras tanto puede que envíes textos a concursos literarios, que los subas a tu blog o que los mandes por correo a algunos amigos para conocer su opinión. Si esos textos contienen faltas tu mensaje será: <<Me considero escritor, pero en realidad el oficio no me importa tanto como para dedicar un momento a aprender lo básico. Tampoco me importas tú, a quien le he pedido que lea mi texto, por eso no me he tomado la molestia de revisar el texto y corregirlo. Quiero que me leas, haz el esfuerzo, pero no me pidas que me esfuerce yo>>.
Vocabulario extenso. Para encontrar la palabra exacta, esa que trasmite de forma precisa tu idea, se necesita un amplísimo vocabulario. Para conseguirlo hay dos opciones: memorizar un diccionario o leer. La segunda opción resulta mucho más divertida. No solo permite ampliar el vocabulario, sino aprender además sobre la marcha ortografía, gramática y sintaxis.
También permite conocer cómo manejan otros escritores los mimbres de sus obras: personajes, narrador, tensión narrativa, etc. Ser escritor es ser lector, en primer lugar, así que hay que hacerle un espacio (grande) a la lectura en tu vida. Pero no solo basta con leer mucho, también debe hacerse lecturas variadas. No cometer el error de encasillarte en el género que escribes, es mejor leer de todo: clásicos, contemporáneos, poesía, ensayo… Fuera de tu género puedes encontrar técnicas y recursos inspiradores que usar en tu obra para hacerla única.
Cuidado con el lenguaje ampuloso. Mientras se adquiere ese lenguaje extenso que ayudará a que cada una de tus frases sea una maquinaria perfectamente ajustada, escribe con sencillez. Escribe como hablas, no uses palabras que no manejas habitualmente en tu día a día. Si se está trabajando en ampliar tu vocabulario se verá que también el lenguaje cotidiano cambia. Pero mientras no lo haga de forma natural, no lo fuerces. Usar un lenguaje altisonante que no es el tuyo no te convierte en mejor escritor, por el contrario, te señala como un aprendiz. Leyendo te darás cuenta de que existe una gran diferencia entre un escritor versado de lenguaje rico, como el de Rafael Sánchez Ferlosio en Industrias y andanzas de Alfanhuí, y un escritor novato que cree que cuánto más raras sean las palabras que usa, mejor escribe.
Cuidado con los sinónimos. Por eso mismo, se debe tener mucho cuidado con el uso de sinónimos. Muchos escritores trabajan con el diccionario de sinónimos abierto. Unas veces se usa para no repetir una misma palabra, otras para buscar una palabra «más bonita» que hermosee el texto. El problema es que, si no tienes un buen vocabulario, los sinónimos son un arma de doble filo. Muchas veces elegimos una palabra que nos gusta, pero que no conocemos porque no forma parte de vuestro lenguaje. El resultado es que esa palabra no significa exactamente lo que pensamos y, en lugar de embellecer, estamos estropeando el texto.
Es una cuestión de matiz. Una palabra puede no significar exactamente lo mismo que otra aunque sean sinónimas. Por eso Flaubert, Joyce y Barnes se afanan en buscar le mote juste, porque no sirve cualquier palabra. Por tanto, antes de usar una palabra que no forma parte de tu vocabulario habitual, consulta el diccionario de la RAE para asegurarte de que significa lo que crees y que se adapta a lo que quieres expresar como anillo al dedo. El lenguaje tiene esa complicación.
Extensión de las frases. A los autores noveles se les recomienda que escriban con frases cortas. ¿Es que pasa algo con las frases largas? ¿Debemos proscribirlas? En absoluto. Henry James es un excelente ejemplo de cómo las frases largas pueden crear obras inmortales. Pero sucede como con las palabras que no estás acostumbrado a usar. Si todavía no manejas muy bien gramática y sintaxis corres el riesgo de equivocarte y acabar por escribir frases sin sentido, en las que falla la concordancia y la puntuación es un caos. Apuesta por la sencillez. A medida que se avanza, se irá incrementando la longitud de las frases por la senda de la escritura. Pero si dominas la gramática y la sintaxis, no te cortes. Dales vuelo y amplitud a tus frases.
Señala E. King: Hay escritores célebres que emplean vocabularios más reducidos y sencillos como en el caso de Ernest Hemingway:
Llegó al río. Lo tenía adelante.
—Ernest Hemingway, El río de los dos corazones.
Pero, “poner el vocabulario de tiros largos buscando palabras complicadas por vergüenza de usar las normales y sencillas, es ponerle un vestido de noche a un animal doméstico”, dice King. Y, siguiendo con sus ejemplos, encontramos que: “Por otro lado, hay material que no sale en el diccionario, pero que sigue siendo vocabulario. Verbigracia:
—Qué hay, Lee —dijo Killian—. Qué-tal-hombre-qué-tal.
—¡Has logrado acojonar…a ese…mamón!
—Pues ejjjjjj…
—¡Sherman…asqueroso traidor hijoputa!
—¡Marica de mierda!
Tom Wolfe, La hoguera de las vanidades
“Es un ejemplo de transcripción del vocabulario de la calle”, termina por decir King.
Ritmo interno. Si eres un escritor avezado, puedes prestar atención al ritmo interno de tus frases y párrafos y a la manera en que este afecta al conjunto del texto. Para trabajar el ritmo conviene leer (y escribir) poesía con asiduidad.
Presta atención al acento métrico, pues es el que más influye en el factor del ritmo. El acento métrico marca la regularidad de los apoyos en el tiempo. La correspondencia entre acento métrico y acento gramatical influye en el efecto sonoro de la frase. Si acento métrico y acento gramatical coinciden, la frase produce la impresión de robustez; si la coincidencia es menor, la impresión será de flexibilidad y levedad. De igual manera, las frases cortas imprimen vivacidad al párrafo, mientras que las frases largas lo vuelven moroso. Puedes buscar causar una u otra impresión con el fraseo según el tipo de escena que estés escribiendo.
Otros aspectos a tener en cuenta. Palabras, frases, vocabulario, ritmo… Todavía hay una cuestión más a la que puedes prestar atención: las letras. (Sí, ese es el nivel de detalle al que descienden los buenos escritores). Como en un poema, presta atención a la repetición de vocales y consonantes y a los efectos que provoca en el texto. Fíjate que no se encadenan una serie de palabras en las que predomina una determinada vocal o consonante (por ejemplo: «Acabarás harta de amar, Sara»), porque puede producir un efecto indeseado, volviendo el texto plano y sin relieve.
Pero recuerda que puedes usar ese y otros recursos semejantes de manera premeditada e inteligente. Sinalefas y aliteraciones juegan con la disposición de vocales y consonantes para crear efectos sonoros que refuerzan las ideas que trasmite el texto. Hay grandes obras donde el lenguaje es su misma esencia, más allá de la trama o del protagonista. Desde el ya mencionado Ulises, de James Joyce; a Paradiso, de Lezama Lima; pasando por A la busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. El uso del lenguaje no es un detalle menor en una novela que aspire a ser buena, ni para un escritor que aspire a considerarse como tal. Así que préstale la atención que se merece.
Siguiendo al renombrado maestro del terror, Stephen King, otra bandeja que debe estar en la caja de herramientas del escritor es la gramática, pero lo dejamos para otra ocasión.
Fuente:
Texto adaptado de Sinjania. Cómo usar el lenguaje para mejorar tu novela.
Stephen King. Mientras escribo. Debolsillo. https://www.caracteristicas.co/lenguaje-literario/#ixzz734EeYSaT
Share this: Constancia y tenacidad hasta el final.
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