Sobre el cuento

Julio Cortázar

Julio Cortázar. Sobre el cuento.
1. El cuento, género poco encasillable (…) Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable; en segundo lugar, los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y es natural que aquéllos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio de literatura que permita indagar y esclarecer su desarrollo y sus cualidades.
2. Ajuste del tema a la forma (…) Los cuentistas inexpertos suelen caer en la ilusión de imaginar que les bastará escribir lisa y llanamente un tema que los ha conmovido, para conmover a su turno a los lectores. Incurren en la ingenuidad de aquél que encuentra bellísimo a su hijo, y da por supuesto que los demás lo ven igualmente bello.
Con el tiempo, con los fracasos, el cuentista capaz de superar esa primera etapa ingenua, aprende que en literatura no bastan las buenas intenciones. Descubre que para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial. (…) Pienso que el tema comporta necesariamente su forma. Aunque a mí no me gusta hablar de temas; prefiero hablar de bloques. Repentinamente hay un conjunto, un punto de partida. Hice muchos de mis cuentos sin saber cómo iban a terminar, de la misma manera que no sabía lo que había en la popa del barco de Los premios, y eso vale para todo lo que he escrito. Es lo que me interesa más: guardar esa especie de inocencia -una inocencia muy poco inocente, si usted quiere, porque finalmente soy un veterano de la escritura- como actitud fundamental frente a lo que va a ser escrito. No sé si usted ha hecho la experiencia, pero hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro.
3. Brevedad (…) el cuento contemporáneo se propone como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado.
4. Unidad y esfericidad. (…) Para entender el carácter peculiar del cuento se le suele comparar con la novela, género mucho más popular y sobre el que abundan las preceptivas. Se señala, por ejemplo, que la novela se desarrolla en el papel, y por lo tanto en el tiempo de lectura, sin otro límites que el agotamiento de la materia novelada; por su parte, el cuento parte de la noción de límite, y en primer término de límite físico, al punto que en Francia, cuando un cuento excede de las veinte páginas, toma ya el nombre de nouvelle, género a caballo entre el cuento y la novela propiamente dicha. En este sentido, la novela y el cuento se dejan comparar analógicamente con el cine y la fotografía, en la medida en que en una película es en principio un «orden abierto», novelesco, mientras que una fotografía lograda presupone una ceñida limitación previa, impuesta en parte por el reducido campo que abarca la cámara y por la forma en que el fotógrafo utiliza estéticamente esa limitación.

No sé si ustedes han oído hablar de su arte a un fotógrafo profesional; a mí siempre me ha sorprendido el que se exprese tal como podría hacerlo un cuentista en muchos aspectos. Fotógrafos de la calidad de un Cartier-Bresson o de un Brassai definen su arte como una aparente paradoja: la de recortar un fragmento de la realidad, fijándole determinados límites, pero de manera tal que ese recorte actúe como una explosión que abre de par en par una realidad mucho más amplia, como una visión dinámica que trasciende espiritualmente el campo abarcado por la cámara. Mientras en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el «clímax» de la obra, en una fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento que proyecta la inteligencia y la sensibilidad hacia algo que va mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento.

Un escritor argentino, muy amigo del boxeo, me decía que en ese combate que se entabla entre un texto apasionante y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout. Es cierto, en la medida en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector, mientras que un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario. Tomen ustedes cualquier gran cuento que prefieran y analicen su primera página. Me sorprendería que encontraran elementos gratuitos, meramente decorativos. El cuentista sabe que no puede proceder acumulativamente, que no tiene por aliado al tiempo; su único recurso es trabajar en profundidad, verticalmente, sea hacia arriba o hacia abajo del espacio literario. Y esto, que así expresado parece una metáfora, expresa sin embargo lo esencial del método. El tiempo del cuento y el espacio del cuento tienen que estar como condensados, sometidos a una alta presión espiritual y formal para provocar esa «apertura» a que me refería antes. (…) Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros previstos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran. (…) –
¿Cómo se le presenta hoy la idea de un cuento? -Igual que hace cuarenta años; en eso no he cambiado ni un ápice. De pronto a mí me invade eso que yo llamo una «situación», es decir que yo sé que algo me va a dar un cuento. Hace poco, en julio de este año, vi en Londres unos pósters de Glenda Jackson -una actriz que amo mucho- y bruscamente tuve el título de un cuento: «Queremos tanto a Glenda Jackson». No tenía más que el título y al mismo tiempo el cuento ya estaba, yo sabía en líneas generales lo que iba a pasar y lo escribí inmediatamente después. Cuando eso me cae encima y yo sé que voy a escribir un cuento, tengo hoy, como tenía hace cuarenta años, el mismo temblor de alegría, como una especie de amor; la idea de que va a nacer una cosa que yo espero que va a estar bien. -¿Qué concepto tiene del cuento? -Muy severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos.
5. El ritmo (…) Cuando escribo percibo el ritmo de lo que estoy narrando, pero eso viene dentro de una pulsión. Cuando siento que ese ritmo cesa y que la frase entra en un terreno que podríamos llamar prosaico, me cuenta que tomo por un falsa ruta y me detengo. Sé que he fracasado. Eso se nota sobre todo en el final de mis cuentos, el final es siempre una frase larga o una acumulación de frases largas que tienen un ritmo perceptible si se las lee en voz alta. A mis traductores les exijo que vigilen ese ritmo, que hallen el equivalente porque sin él, aunque estén las ideas y el sentido, el cuento se me viene abajo.
6. Intensidad (…) Basta preguntarse por qué un determinado cuento es malo. No es malo por el tema, porque en literatura no hay temas buenos ni temas malos, hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. Tampoco es malo porque los personajes carecen de interés, ya que hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka. Un cuento es malo cuando se lo escribe sin esa tensión que debe manifestarse desde las primeras palabras o las primeras escenas. Y así podemos adelantar ya que las nociones de significación, de intensidad y de tensión han de permitirnos, como se verá, acercarnos mejor a la estructura misma del cuento.
7. Objetivación del tema (…) Un verso admirable de Pablo Neruda: «Mis criaturas nacen de un largo rechazo», me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas invasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola.
8. Temas significativos. (…) Miremos la cosa desde el ángulo del cuentista y en este caso, obligadamente, desde mi propia versión del asunto. Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo.
En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que una médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena. Pero esto, que puede depender del temperamento de cada uno, no altera el hecho esencial y es que en un momento dado hay tema, ya sea inventado o escogido voluntariamente, o extrañamente impuesto desde un plano donde nada es definible. Hay tema, repito, y ese tema va a volverse cuento. Antes de que ello ocurra, ¿qué podemos decir del tema en sí? ¿Por qué ese tema y no otro?

¿Qué razones mueven consciente o inconscientemente al cuentista a escoger un determinado tema. A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema debe ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisionesE, sentimientos y hasta ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso? (…)

Sin embargo, hay que aclarar mejor esta noción de temas significativos. Un mismo tema puede ser profundamente significativo para un escritor, y anodino para otro; un mismo tema despertará enormes resonancias en un lector, y dejará indiferente a otro. En suma, puede decirse que no hay temas absolutamente significativos o absolutamente insignificantes. Lo que hay es una alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores. (…) Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.

Novedades de la RAE

La RAE presenta las novedades del «Diccionario de la lengua española» en su actualización 23.5

16 de diciembre de 2021

Este jueves la Real Academia Española (RAE) ha presentado la actualización 23.5 del Diccionario de la lengua española (DLE), dando a conocer las novedades que, un año más, se incorporan a la obra en línea de la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), consultada por millones de hispanohablantes en todo el mundo. En concreto, en esta nueva edición de la obra se han llevado a cabo 3836 modificaciones, tanto adiciones de artículos y de acepciones como enmiendas. Estas ya se encuentran disponibles en www.dle.rae.es, que cuenta con el apoyo de Fundación “la Caixa”.

En la presentación han participado el director de la RAE y presidente de la ASALE, Santiago Muñoz Machado, y la directora del Diccionario de la lengua española, la académica Paz Battaner.

LENGUA Y TECNOLOGÍA

La digitalización y tecnificación de nuestras sociedades se refleja en la creciente incorporación al Diccionario de la lengua española de términos nacidos directamente del lenguaje de Internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías. En la actualización 23.5 del diccionario aparecen términos como bitcóin, bot, ciberacoso, ciberdelincuencia, criptomoneda, geolocalizar o webinario.

Otros con una entrada ya existente en el DLE se reinventan en la era digital e incluyen nuevas acepciones. Así sucede con audio, como mensaje sonoro que se envía digitalmente; compartir, para referirse a poner a disposición de un usuario un archivo, un enlace u otro contenido digital, o las nuevas acepciones de la jerga informática para los verbos cortar y pegar, a los que también se añade la forma coloquial cortapega.

PALABRAS PARA TODOS LOS GUSTOS: DEL CACHOPO A LA QUINOA

La gastronomía suma también un importante grupo de palabras que se encuentran presentes en nuestras mesas y en las de buena parte del mundo. Se añaden al DLE platos como sanjacobocachopo, típico de la gastronomía asturiana; paparajote, dulce murciano preparado a partir de la hoja del limonero, o el rebujito andaluz.

También lo hacen otros alimentos como quinoa, voz de origen quechua, o crudité.

Otras entradas se actualizan con adiciones de forma compleja como ocurre en la del término tinto, que incorpora de verano, para referirse a la bebida típica de España compuesta de vino tinto y gaseosa o refresco de limón, o la adición de balsámico a la entrada vinagre.

VESTIGIOS DE LA PANDEMIA EN EL DICCIONARIO

La irrupción del coronavirus ha afectado a todos los aspectos de nuestra vida, lo que se ha reflejado también en nuestra lengua. La pasada actualización del DLE incorporó palabras que hoy están presentes en buena parte de nuestras conversaciones, como el propio término COVID. A la actualización de 2021 se continúan añadiendo modificaciones directamente vinculadas a la situación sanitaria, como cubrebocas, hisopado o nasobuco, así como nuevas acepciones para términos como cribado, o las formas complejas burbuja social nueva normalidad.

También se han actualizado nuevos vocablos relacionados con el mundo de la sanidad, como triaje o vacunología.

UN MUNDO QUE HABLA EN ESPAÑOL

El Diccionario de la lengua española, elaborado en colaboración con la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), incorpora términos procedentes del habla propia de todas las regiones hispanohablantes, un idioma que compartimos con casi 600 millones de personas en el mundo.

De esa forma, encontramos novedades que provienen directamente de la otra orilla del Atlántico, como la adición de una acepción de audífono como sinónimo de auricular, un uso propio de América.

También aparecen los términos emergenciólogo y urgenciólogo, usados en distintas regiones de Hispanoamérica para referirse al especialista en la atención hospitalaria en urgencias.

Otros americanismos que ya se pueden consultar en la versión 23.5 del DLE son buseca, chuteador, repentismo, salvada, sambar o la forma compleja valer madre o valemadrismo para algo de poca importancia.

OTRAS NOVEDADES

También se incorporan a la versión en línea del diccionario términos como enoturismo o gentrificación y algunos relativos a la sexualidad y el género, como poliamortransgénerocisgénero o pansexualidad.

La nueva actualización del DLE incorpora, asimismo, palabras coloquiales usadas en el día a día de los hablantes españoles, como búho, en referencia al autobús nocturno; chuche, acortamiento de chucheríaojiplático, o las adiciones de acepción de entradas como empanado, quedada o rayar.

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Regreso al refugio

Regreso al refugio

Leonardo Gutiérrez Berdejo ©

Al entrar, el portón de color incierto, lanza un chirrido de alegría.

La Planada se extiende generosa, la cerca viva se mantiene firme y acumula los ataques de la pandemia que no ha logrado atravesar sus afiladas espinas.

La verde grama se inclina y esparce sobre mis zapatos enlodados el rocío que recogió durante la noche.

Los pájaros, libres al viento, anuncian alborozados mi llegada.

Gusanos, hormigas, abejas, orugas y polillas corren a esconderse, y el limonar lanza su ácido silbido.

Las ramas secas del mandarino me abrazan y sollozan;

el guayabo adormecido me cuenta del raudo verano y de la lluvia incesante de los últimos días que no pudo remozarlo; y  

el orgulloso níspero se inclina, y ramos de azahares engalanados perfuman el camino.   

Hormigas deambulantes corren a esconderse por el temor al fuego del Lorsban. ¡Maldito!, gritan igual que los desplazados del camino que huyen de los oficiales de turno.

No tienen vergüenza, siempre con hambre trituran lo que encuentran.

Silba el viento y trinan los canarios en lucha abierta contra los ágiles azulejos que anidan

entre los pinos reverdecidos, los amarillos crotos, y las perpetuas siemprevivas.

Gorjean las mirlas, el águila acecha, la paloma arrulla y desde el empinado risco las guacharacas parlotean desesperadas.  

El alpiste del suelo se ha acabado. Solo quedan granos de arroz triturados, algunas plumas de colores precarios y frutas secas que el viento desprendió. Carúnculas yertas se esconden en medio del pastizal vecino.

Saltan Juguetón y Muñeco, y babean mi mano que apenas los saluda;

insisten en corretear a mi lado para abrirme camino y contarme del hambre que han sentido durante mi ausencia. Sus rebanados rabos hablan de furtivos visitantes, pero yo no los escucho.

Advierto plumas en el corredor y el olor de la cocina se me encima.  

Huyen las aterradas lagartijas a resguardar sus camas, juegan las mantas sobre la cama esperando que el amor las endulce, las botellas de güisqui y cerveza tintinean jubilosas y explayan sus bocas untadas de alcohol a la espera de mis sedientos labios.  

Abro la ventana y el campo se agiganta a mi vista ufana: naranjos, mangos y guayabos crecen cerca del cauce del arroyo altanero; gotas de agua se deslizan lentas por el suelo recubierto de polvo escurridizo. Abunda la mala hierba.

Recorro el sendero que me lleva al final de la huerta y respiro profundo para llenar de aire mis pulmones perplejos cansados de la oscura ciudad.

Un gallo escarlata extiende su pícara algarada sobre la loma del cocotero y un labriego amistoso me saluda con un grito charanguero al pasar sobre su asno corretón;

Vuelvo a la cabaña.

El fogón llamea, gimen los platos y claman las cucharas, me abrazo al jarrón de los sedientos y huyo de la agreste escalera de salientes afiladas que despiadada partió mi cabeza el día que me fui.