En favor de los adverbios


Reproducido de

Sinjania

En favor del uso de los adverbios (también de los acabados en -mente)

Cuando se dan consejos para mejorar el estilo de escritura, uno muy frecuente se relaciona con los adverbios. Mucho cuidado con los adverbios, se dice a los escritores noveles. En especial con los acabados en -mente.

Incluso autores como Gabriel García Márquez o Stephen King han dado este consejo a aquellos de entre sus lectores que desean dedicarse a la escritura. En Mientras escribo, Stephen King se muestra categórico: «Creo que el infierno está empedrado de adverbios y estoy dispuesto a vocearlo desde los tejados».

Pero un consejo —incluso aunque venga de autores reconocidos— es eso: un consejo, jamás una norma. El problema es que muchos escritores principiantes han convertido en ley lo que no es sino una recomendación y, desde hace un tiempo, los adverbios están en busca y captura. Por eso hoy queremos romper una lanza en su favor y demostrar que, casi con toda seguridad, el exceso de adverbios no es el problema que aqueja a tu escritura. Si eres de los que repasa sus textos mil veces eliminando todos los adverbios, sigue leyendo.

Los adverbios como manera de matizar

Comencemos por dar una definición de adverbio:

Clase de palabras cuyos elementos son invariables y tónicos, están dotados generalmente de significado léxico y modifican el significado de varias categorías, principalmente de un verbo, de un adjetivo, de una oración o de una palabra de la misma clase.

Es decir, el adverbio es una palabra que modifica un verbo (por ejemplo en: «dobló escrupulosamente el papel»), un adjetivo («menos amargo») u otro adverbio («casi inmediatamente»). Los hay de distintos tipos: de lugar, de tiempo, de modo, de cantidad… Muchos adverbios de modo están formados por un adjetivo en femenino seguido de la terminación -mente. Por ejemplo: sutilemente, sosegadamente, claramente…

A pesar de la persecución a la que se ven sometidos de un tiempo a esta parte, muchas veces esa modificación que el adverbio introduce es necesaria en la oración porque añade matices. Y no olvidemos que la buena literatura está llena de matices.

Un ejemplo claro de los matices que introducen los adverbios lo expone Mario Vargas Llosa en su obra Cartas a un joven novelista, comentando el conocido microrrelato de Augusto Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Vargas Llosa trata de explicar el nivel de realidad en el que se sitúa el narrador de esta pequeña pieza, y considera que un simple adverbio es el que da la clave:

¿Cuál es el punto de vista de nivel de realidad en este relato? Estará de acuerdo conmigo en que lo narrado se sitúa en un plano fantástico, pues en el mundo real, que usted y yo conocemos a través de nuestra experiencia, es improbable que los animales prehistóricos que se nos aparecen en el sueño —en las pesadillas— pasen a la realidad objetiva […] ¿Es también ese plano en el que está situado el narrador (omnisciente e impersonal) que nos lo narra? Me atrevo a decir que no, que este narrador se ha situado más bien en un plano real o realista […] ¿Cómo lo sé? Por una brevísima pero inequívoca indicación, un santo y seña al lector, diríamos, que nos hace el parco narrador al contarnos esta apretada historia: el adverbio todavía. No es solo una circunstancia temporal objetiva la que encierra esa palabra, indicándonos el milagro (el paso del dinosaurio de la realidad soñada a la realidad objetiva). Es, también, una llamada de atención, una manifestación de sorpresa o maravillamiento ante el extraordinario suceso. Ese todavía lleva unos invisibles signos de admiración a sus flancos y está implícitamente urgiéndonos a sorprendernos con el prodigioso acontecimiento.

Como ves, una simple palabra, uno de esos adverbios tan denostados y perseguidos, actúa en el inmortal microrrelato de Monterroso como una «inequívoca indicación, un santo y seña al lector», una «llamada de atención». El adverbio aporta gradaciones, indicaciones que el lector capta y que contribuyen a hacer más rico lo narrado, a volver más sutil y complejo el mundo que el escritor levanta tan solo con palabras. Un simple «todavía» cambia por completo el sentido de una frase.

Desde luego, hay otros modos de añadir esos matices. En Mientras escribo, King explica:

Examinemos la frase «cerró firmemente la puerta». […] Me dirás que expresa un grado de diferencia entre «cerró la puerta» y «dio un portazo», y no es que vaya a discutírtelo… pero ¿y el contexto? ¿Qué decir de toda la prosa esclarecedora (y hasta emocionante) que precedía a «cerró firmemente la puerta»?

En efecto, antes de una frase como «Cerró firmemente la puerta» el escritor ha podido dar la información pertinente para que el lector comprenda que el personaje cierra la puerta con firmeza; quizá se ha explicado que el personaje sale ese día de su casa dispuesto a comerse el mundo. En esa explicación ya se manifiesta el talante decidido que embarga esa mañana al personaje, y apuntar que este cierra la puerta «firmemente» puede resultar redundante.

Pero, sin duda, una forma perfectamente válida de dar esa información es añadir un adverbio al verbo. El autor podría optar por no explicar previamente que su personaje sale a la calle dispuesto a triunfar en una entrevista de trabajo, pero apuntar la idea indicando el modo en el que cierra la puerta. El personaje sale para acudir a una entrevista laboral y cierra la puerta con firmeza. Ese matiz va a decir algo al lector, que sabrá captar el significado de la firmeza que ese día gasta el personaje.

E incluso podrían unirse ambos modos de contar: dar la explicación acerca del talante decidido que embarga al personaje ese día, su intención de triunfar en la entrevista de trabajo; y reforzar esa idea indicando la manera en que cierra su puerta esa mañana: «firmemente».

Los tres modos son correctos, y responden únicamente a distintas intenciones del autor: ser más sutil o más explícito. Lo más probable es que a lo largo de una narración te encuentres con momentos en los que desees ser explícito (porque sucede algo importante, que deseas que quede muy claro para el lector), mientras que en otras ocasiones querrás ser sutil para dejar que el lector interprete el sentido del texto, limitándote a darle las claves (como Monterroso y su todavía).

El buen escritor es el que sabe escribir obedeciendo a una intención. Sabe los efectos que desea lograr y utiliza el lenguaje en consecuencia. Esa es la cuestión, y no tanto la cantidad de adverbios que incluya en sus textos.

Los adverbios en -mente

Sabemos lo que te estás diciendo. Añadir un «todavía», un «casi», un «allí»… no tiene por qué estropear una narración. El problema está en los adverbios terminados en -mente. Ellos son los que afean cualquier texto y los que deben ser expurgados sin piedad.

Ciertamente, los adverbios acabados en -mente pueden causar una impresión de repetición, cuando se sitúan muy próximos. Sin embargo, no olvidemos que el escritor puede buscar justamente ese efecto de repetición, por ejemplo, para subrayar una idea de hartazgo, de hastío, de lentitud o de insistencia. Otras veces, la acumulación de adverbios en -mente puede perseguir la creación de un efecto rítmico, casi poético. De nuevo se trata de saber usar el lenguaje conforme a los objetivos que persigas y los efectos que busques crear.

Que los adverbios en -mente no son un terrible pecado que todo escritor debe evitar cometer te lo demostrarán los siguientes ejemplos.

En realidad todo aquello sucedía únicamente en su imaginación; nada de lo que creía rememorar había sucedido verdaderamente; a partir de retazos de memoria reconstruía castillos. Probablemente estaba experimentando el despertar de la sexualidad, pero él no lo sabía […].Eduardo Mendoza, La ciudad de los prodigios.

Pero estaba decidida a ser enérgica, implacable; a cortar para siempre las malas costumbres introducidas en su casa; a enfrentarse al marqués; a hablar claro, muy claro, a sus hijos; a establecer un orden riguroso; excesivamente, ferozmente riguroso […]Benito Pérez Galdós, La familia de León Roch.

¡Pero cuán enorme fue su sorpresa al comprobar que se abría voluntariamente, casi solícitamente! […]Joseph Roth, La leyenda del Santo Bebedor.

Para terminar, en su obra crítica ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX, Constantino Bértolo hace una mención jocosa sobre los perseguidos adverbios en -mente en su comentario crítico sobre la obra Viaje a la Alcarria, del premio Nobel Camilo José Cela:

Viaje a la Alcarria es un libro bien escrito, con unos sustantivos de mucho peso, adjetivos con vuelo, inesperados y ocurrentes, unos verbos con oportunidad y trote, y los adverbios bien ajustados, y hasta los terminados en -mente, que los preceptistas tanto rechazan, a veces ladinamente dobles o triples: «Don Paco es un hombre joven, atildado, de sano color y ademán elegante, pensativo y con una sonrisa veladamente, levemente, lejanamente triste».

Otra frase tomada de Viaje a la Alcarria citada por Bértolo es: «Cantan los grillos y un perro ladra sin ira, prolongadamente, desganadamente, como cumpliendo un mandato ya viejo». Y el crítico apunta: «Ese es el poder de las palabras. No mueren fácilmente si nacen con buenas hechuras».

En Sinjania llevamos quince años dedicados a trabajar con escritores. Por nuestras manos pasan cada año decenas de textos de escritores noveles que buscan nuestra asesoría. Podemos decir que en ellos rara vez destaca un uso inadecuado o repetitivo de los adverbios. Errores mucho más frecuentes son los gerundios de posterioridad, las comas entre sujeto y verbo y un mal uso de las preposiciones. Hemos hablado de algunos de esos errores en este otro artículo.

Nuestra recomendación sincera es que no te obsesiones con los adverbios —o no más de lo que deberías hacerlo con cualquier otra clase de palabras— y te centres mejor en prestar atención a esos otros errores que verdaderamente vuelven torpe el estilo y que, por nuestra experiencia, son mucho más comunes.

También te aconsejamos que te acostumbres a escribir con intención, a saber qué efecto buscas provocar y a usar el lenguaje (y el resto de tus herramientas) persiguiendo ese efecto.

Ahora cuéntanos, ¿eres tú un cazador de adverbios en -mente? ¿Te detienes a pensar qué efectos quieres perseguir con las frases que formulas y cuál es el mejor modo de alcanzarlos? ¿Qué te parecen esos ejemplos de prosa cuajada de adverbios que hemos apuntado? Hablamos un rato en los comentarios.

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