¡Alucinamos!, Clink, ¡Alucinamos!

Carta al lector

No se me ocurre cosa distinta al escribir estas líneas que lo siguiente: ¿Quién no ha pasado por la angustiosa presión que produce una espera?, ¿quién, acaso, no ha sentido en algún momento la agobiante sensación de una alucinación? Es cosa común que, por alguna razón inexplicable, nosotros mismos o algunas otras personas, con quienes habitualmente vivimos o nos relacionamos, hayamos sufrido alguno de estos dos problemáticos casos.

Hay esperas y alucinaciones de todo tipo. Las hay de enamorados, casuales, fallidas, de amigos, de las que uno quisiera que jamás se dieran; las hay aquellas que nos llenan de esperanza y otras más de incertidumbre y de miedo; también aquellas que nos deparan aflicción y alegría; felicidad y llanto, y, desde luego, las hay también funestas, cargadas de odio y, muchas, abiertas al placer.

Igual sucede con las alucinaciones. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos experimentado alucinaciones: esas extrañas sensaciones en el cuerpo o en nuestros sentidos. Sonidos inexistentes de música, de pasos, de puertas o ventanas que se abren o cierran o que, en el peor de los casos, son golpeadas misteriosamente, sin que sepamos por qué o por quién; voces y conversaciones, gemidos angustiosos, órdenes o rechazos de seres que no vemos pero que llegan hasta nosotros como si estuvieran presentes; también, luces, sombras, seres, olores y colores que se agolpan en torno nuestro, a lo mejor, esperando el mejor momento para enviarnos un mensaje.

Los relatos de este libro llevan este sello de lo fantástico que encierran esas esperas y alucinaciones o, al menos, esa es la pretensión hacía lo inesperado y misterioso, hacia lo incierto y lo no deseado. Esto es lo que le sucede al leñador Lucas, al niño que espera a que su madre lo bañe, al hombre que cree hacer un viaje misterioso a Babilonia, al hombre que vive en una permanente fuga, a quien ha celebrado un brindis para festejar un golpe o a la persona que veremos visitar a una mujer en su tumba para reclamarle por su reprochable actitud calumniadora.

Distorsiones del tiempo y el espacio que con frecuencia sufrimos, son representados aquí a través de diez relatos que pongo a disposición de quienes gustan de enfrentar estas realidades inesperadas e inciertas.

Con un estilo directo y sin mayores artilugios literarios, quiero contarles cómo llegaron hasta mí estos cuentos. Yo estaba sumido en la lectura de un libro que alguien me regaló. El libro, cuyo título no recuerdo, cuenta la historia de un complot en Babilonia. De pronto, yo mismo, me veo transportado hasta esa imponente y legendaria ciudad, la ciudad de Nabucodonosor, la cuna de la civilización, la de los jardines colgantes, la ciudad bíblica, la ciudad de los pecados.

El viaje es largo y se hace con escalas en París, Barcelona, El Cairo y finalmente Bagdad. Esta ciudad es un infierno. El guía que me espera trata de disipar mi temor y me dice que viajaremos por vías seguras, custodiadas por el ejército norteamericano. Entonces, mi temor se acrecienta. Horas después de haber salido de Bagdad y de viajar por una carretera destapada, llegamos, sano y salvo al destino final: Babilonia.

Descanso toda la noche. Al otro día, me entero de una insurrección que amenaza con acabar, no solo con la vida del mandatario local, sino también, con destruir y arrasar el reino, la ciudad, sus templos y exterminar sus habitantes. Sin saber cómo, me veo envuelto en esta rebelión, por cuenta de las sospechas levantadas contra todos los extranjeros que han llegado a la ciudad durante los últimos días.

La explosión de un edificio que alberga oficinas del gobierno real, desvía toda la atención que estaba hasta entonces sobre mí y, por esta ocasión, la tragedia, el ruido de las ambulancias y de los carros de policía y los gritos de cientos de personas corriendo sin saber para dónde, me salvan de ser capturado. Descubro que la intriga y la violencia me rodean. Procuro mantener la calma, cuando de repente siento una mano sobre mi hombro derecho y una voz que me llama y me dice que despierte, que se hace tarde, que llegó el momento de almorzar.

Qué extraño y aburrido sería este mundo si, eso que llamamos realidad, no estuviera atravesada, absurda e inexplicablemente, por cosas u objetos, situaciones o momentos, que sólo pudieran ser explicadas por el lente de la razón. Los agobios de las esperas y las alucinaciones, como muchas otras cosas irracionales, también, tienen ese particular encanto de la fascinación y lo fantástico.                                      

 Leonardo Gutiérrez

 7 de septiembre de 2017